Análisis:EL ACENTO

La música que dio para todo

Llegará un día en que los catalanes verán a su alrededor más minaretes que campanarios, sugirió hace unos años la esposa del ex presidente Pujol. Quizás fue esa inquietud por culturizar al inmigrante la que movió a Àngel Colom, líder del extinto Partit per la Independència, y en el año 2000 ya militante de Convergència Democràtica, a solicitar ayuda económica a un hombre generoso con la chequera ajena: Fèlix Millet, que lo ha sido todo y ha hecho de todo en el Palau de la Música.

Aconsejado por un amigo, cuya identidad se ha negado a revelar pero que muchos malévolamente intuyen, Colom ...

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Llegará un día en que los catalanes verán a su alrededor más minaretes que campanarios, sugirió hace unos años la esposa del ex presidente Pujol. Quizás fue esa inquietud por culturizar al inmigrante la que movió a Àngel Colom, líder del extinto Partit per la Independència, y en el año 2000 ya militante de Convergència Democràtica, a solicitar ayuda económica a un hombre generoso con la chequera ajena: Fèlix Millet, que lo ha sido todo y ha hecho de todo en el Palau de la Música.

Aconsejado por un amigo, cuya identidad se ha negado a revelar pero que muchos malévolamente intuyen, Colom acudió al gran mecenas pluripartidista, ora nacionalista ora próximo al PP, con un proyecto bajo el brazo que llevaba por título Pedagogía de la cultura catalana en la nueva inmigración. Para ello creó la Fundación Espai Catalunya, que nunca se constituyó, y recibió de las ya legendarias arcas del Palau la cifra de 25 millones de pesetas o 12,5 millones, según quién cuente la historia. Cierto es que ese dinero es una minucia comparado con el salario anual con el que se autodisciplinó el señor Millet, 1,6 millones de euros. O incluso con los 630.000 que entre 1999 y 2008 destinó el Palau a la Fundación Trias Fargas, afín a Convergència.

Todo ese escenario resulta tan escasamente pedagógico como lo que Colom hizo con su proyecto: archivarlo y emplear aquel dinero para pagar las deudas electorales de su partido independentista. El caso es que en la contabilidad con la que batallan los auditores de la nueva dirección del Palau figuran dos cobros. Colom asegura que sólo hubo uno y que ni recuerda qué firmó. Había tanta confianza que él creía que quien le donaba el dinero era el propio Millet. Si uno va recomendado por un amigo no va a perder el tiempo en detalles estúpidos.

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Con la culturización de inmigrantes arrinconada, Colom fue nombrado embajador de la Generalitat de Pujol en la capital económica de Marruecos: Casablanca. Allí volvió a la carga y trató, en interpretación libre orteguiana, de catalanizar Marruecos. Uno de sus primeros pasos, congruente con el personaje, fue el intento frustrado de abrir una champañería...

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