LECTURAS COMPARTIDAS

Pequeños libros gordos

No todos los clásicos tienen que encantarnos y no todos los libros supuestamente menores son malos. Es más, a veces un libro francamente simplón y comercial nos puede gustar hasta el delirio. Ésa es la maravillosa magia de la lectura, que hace que el lector complete de algún modo la obra que lee con su imaginación, su sensibilidad y su circunstancia. Y, así, a todos nos ha sucedido alguna vez que un texto de indiscutido prestigio se nos antojó un enorme pestiño, o que una novelita ampliamente denostada nos proporcionó unas horas felices. Incluso conozco gente que se avergüenza de decir que dis...

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No todos los clásicos tienen que encantarnos y no todos los libros supuestamente menores son malos. Es más, a veces un libro francamente simplón y comercial nos puede gustar hasta el delirio. Ésa es la maravillosa magia de la lectura, que hace que el lector complete de algún modo la obra que lee con su imaginación, su sensibilidad y su circunstancia. Y, así, a todos nos ha sucedido alguna vez que un texto de indiscutido prestigio se nos antojó un enorme pestiño, o que una novelita ampliamente denostada nos proporcionó unas horas felices. Incluso conozco gente que se avergüenza de decir que disfrutó con según qué libros. Ocultan los títulos como quien oculta a un amante socialmente abominable.

No seré yo quien denueste los 'best sellers', porque a veces se necesita la pura distracción, pero también porque algunos están muy bien escritos y dan algo más

Claro que esos libros en la frontera de lo puramente comercial, las obras llamadas de entretenimiento, casi nunca suelen ser novelitas. Quiero decir que, por lo general, son volúmenes muy gruesos. De centenares y centenares de páginas. Lo cual forma parte de la estrategia de mercado de los best sellers. Ya se sabe que best seller quiere decir más vendido, pero en realidad es un género literario, como las novelas románticas, o policiacas, o de terror. Es un texto escrito con la única intención de vender en abundancia, y hay que decir que muchos no lo consiguen. O sea: hay muchos best sellers que no venden un pimiento. En cualquier caso, las reglas del género son simples: primero, un bestsellerista de pro siempre escribe la misma novela, con pequeñas variaciones de trama pero idéntica estructura, ritmo e ingredientes; y, segundo, escribe libros gordos. Porque la clave de su éxito está en que el comprador sepa perfectamente lo que va a encontrar antes de leer el libro, y en que sienta que por su dinero recibe un buen pedazo, una ración generosa. Nada de sorpresas desagradables, nada de ese temblor, esa revelación y esa inquietud que a veces produce la literatura. Medio kilo de lo mismo, por favor.

Lo cual tampoco está mal. No seré yo quien denueste los best sellers, en primer lugar porque a veces se necesita la pura distracción, pero también porque algunos están muy bien escritos y dan algo más. O tú lees en ellos algo más. De manera que hoy voy a hablar de una de esas obras, de El nombre del viento, de Patrick Rothfuss. Me lo regaló hace unos cuantos meses una amiga, buenísima lectora, y en honor de ella perseveré más allá de las cien primeras páginas, que me gustaron muy poco (el librote tiene 878). Es una obra de género fantástico, uno de esos libros de literatura más o menos juvenil que ahora están leyendo tantos adultos, con un mundo poblado de seres imaginarios, terrores imprecisos, turbulentos peligros. Cuenta la historia de Kvothe, un pelirrojo singular que estudia en una universidad de alquimistas o magos o algo parecido. Kvothe está marcado por el destino, naturalmente: sus dotes digamos brujeriles son portentosas, superiores a las de todos los demás. Además, como no podía ser menos, el chico está perseguido por las fuerzas oscuras. Supongo que todo esto les sonará. Hay mil y un antecedentes de esta estructura, pero el más evidente es Harry Potter, con unas cuantas gotitas de Tolkien. El nombre del viento, título ramplón, es la primera y exitosa novela de este escritor, un profesor de universidad de Wisconsin (EE UU) que, a juzgar por la foto de la solapa, con una luz estratégicamente colocada bajo la barba, tiene aspecto de enano nibelungo forjador de sortijas: vamos, que yo diría que Rothfuss es un friki, uno de esos seres pelín estrafalarios que se saben El señor de los anillos de memoria.

Esto en cuanto a la parte negativa. Pero El nombre del viento tiene algo más, algo que me hizo terminar el librote y disfrutar de muchas de sus páginas. En primer lugar, está bellamente escrito; cuando no se pierde en una maraña de palabras inventadas, hay imágenes certeras y frases poderosas. Los personajes están bien observados, los movimientos del corazón son convincentes, Kvothe tiene el acierto de ser pobre como las ratas y de saber transmitir lo que es ser pobre, la intriga te engancha, la historia te hace a veces pensar y a veces sentir. En la solapa comparan a Rothfuss con Ursula K. Le Guin; pues no, mire, ni siquiera roza la altura literaria de esa gran escritora fantástica. Pero te termina interesando. La novela tiene muchas cosas en contra, y la principal es la falta de originalidad, la fuerte sensación de déjà vu; pero poco a poco, a medida que te va atrapando el cuento, va emergiendo una voz propia narrativa por debajo de toda la farfolla convencional. No olvidemos que se trata de una primera novela. Al parecer Rothfuss está escribiendo ya la continuación. Puede que sea mucho mejor. O puede que no, puede que sea un libro aún más gordo pero más pequeño. Nunca se sabe cómo puede afectarle el éxito a un autor.

Pero, si mencionamos El nombre del viento, entonces no podemos dejar de hablar de la obra de J. K. Rowling. No aspiro a descubrir ahora las bondades de Harry Potter: sería como inventar la gaseosa. Pero sí quisiera recomendárselo a todos aquellos que, sin conocerlo, lo desdeñan como lectura infantil. Yo caí presa de la fascinación Potter y me leí los siete volúmenes, con el mérito añadido (o quizá el agravante) de no tener hijos, lo que quiere decir que me los tragué voluntariamente. Y no pude por menos de apreciar, con rendida admiración, la originalidad de la obra, la sólida escritura, el agudo sentido del humor, la fina capacidad de observación de los personajes y la riquísima coherencia del mundo potteriano. Las novelas de Harry Potter son una fiesta (sobre todo la tercera, El prisionero de Azkabán, y la cuarta, El cáliz de fuego; las dos primeras son más infantiles y las tres últimas demasiado góticas) y la Rowling es un pedazo de escritora. En este caso no estamos hablando de pequeños libros gordos, sino de grandes libros que algunos creen pequeños. -

El nombre del viento. Patrick Rothfuss, Plaza & Janés, 2009. 880 páginas. 22,90 euros. Harry Potter y el prisionero de Azkabán. J. K. Rowling. Salamandra, 2000. 380 páginas. 17 euros. Harry Potter y el cáliz de fuego. J. K. Rowling. Salamandra, 2001. 640 páginas. 22 euros.

Patrick Rothfuss, autor de El nombre del viento, novela con "imágenes certeras y frases poderosas". Foto: Jamie RothfussJAMIE ROTHFUSS

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