Columna

Cada uno y todos

Para ahora ya sabemos bastantes cosas acerca de la gripe A. Esencialmente, que es muy contagiosa pero no muy grave; y que es muy probable que alcance su pico, o uno de sus picos de expansión, antes de que contemos con un número significativo de vacunas, dado que éstas necesitan tiempo para fabricarse y, sobre todo, para probarse con garantías, para evitar que el remedio sea literalmente peor que la enfermedad. En estas circunstancias, el que esta epidemia se extienda entre nosotros sin desbocarse y sin desbordar las capacidades de los servicios sanitarios va a depender, en mucho, del comportam...

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Para ahora ya sabemos bastantes cosas acerca de la gripe A. Esencialmente, que es muy contagiosa pero no muy grave; y que es muy probable que alcance su pico, o uno de sus picos de expansión, antes de que contemos con un número significativo de vacunas, dado que éstas necesitan tiempo para fabricarse y, sobre todo, para probarse con garantías, para evitar que el remedio sea literalmente peor que la enfermedad. En estas circunstancias, el que esta epidemia se extienda entre nosotros sin desbocarse y sin desbordar las capacidades de los servicios sanitarios va a depender, en mucho, del comportamiento ciudadano, de la capacidad que tengamos, al primer síntoma real, no sólo de reacción sino de protección de quienes nos rodean o se nos arriman.

Todo parece indicar que una de las piezas clave de este asunto pandémico va a ser ésa: la actitud que la gente adopte tanto para protegerse como para preservar a los demás. Las autoridades sanitarias de muchos países ya están insistiendo en ello, aquí también; y esas consignas escritas deberían estar perfecta y constantemente visibles, animando a cuidarse y a cuidar al prójimo, aunque no se tengan síntomas, por la vía de aumentar las medidas de higiene (como lavarse las manos) y de reducir algunos gestos o hábitos de contacto. Y el cartel colgado de la fachada del Colegio de Médicos de Madrid lo resume perfectamente: "No beses, no des la mano, di hola".

No parece complicado y sobre todo parece razonable hasta que escampe. Por eso confieso no entender las reacciones de insumisión que han cosechado este consejo médico y las recomendaciones del Gobierno en el mismo sentido de guardar las distancias. Una encuesta reciente señalaba que el 64% de los españoles es contrario a dejar de dar besos o apretones de manos, es decir, que está dispuesto a seguir haciéndolo a diestro y siniestro. ¿Aunque el otro pertenezca al 36%? ¿Imponiéndole entonces la proximidad, el contacto o el beso? ¿O forzándole a una descortés o incómoda negativa? He empujado intencionadamente la interrogación en este caso para significar de manera general lo que de inconsciente o irresponsable o incluso de agresivo podrían tener algunas actitudes desconsideradas (como escupir al suelo o estornudar a cara descubierta, como lamentablemente aún se ve); de incompatibles con la madurez que se espera de una sociedad enfrentada a una situación delicada y extraordinaria.

Pero esperemos que sólo se trate de actitudes teóricas o pasadas, que cuando en la práctica la gripe se instale aquí, las desconsideraciones se dejen de lado y todo el mundo se ponga con sensatez y solidaridad a capear el temporal epidémico. Siguiendo ese lema público tan fácil de retener como el estribillo de una canción pegadiza, que ya circula por muchos lados antes o más que el propio virus, y que dice en distintas versiones (ésta que cito es la francesa) lo mismo: "los gestos de cada uno hacen la salud de todos".

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