Editorial:

Improvisaciones y falsa retórica

La española será una de las economías que más tarden en salir de la recesión. Los indicadores conocidos para algunas de las principales economías de la OCDE, incluidas las tasas de crecimiento del PIB correspondientes al segundo trimestre, permiten albergar esperanzas acerca del abandono de la recesión en Alemania, Francia, Japón y EE UU. China, por su parte, está reafirmando su papel como locomotora de la recuperación global. Paralelamente, los indicadores que exhibe la economía española son mucho menos favorables. La contracción del PIB del segundo trimestre, del 4,2%, es de las más pronunci...

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La española será una de las economías que más tarden en salir de la recesión. Los indicadores conocidos para algunas de las principales economías de la OCDE, incluidas las tasas de crecimiento del PIB correspondientes al segundo trimestre, permiten albergar esperanzas acerca del abandono de la recesión en Alemania, Francia, Japón y EE UU. China, por su parte, está reafirmando su papel como locomotora de la recuperación global. Paralelamente, los indicadores que exhibe la economía española son mucho menos favorables. La contracción del PIB del segundo trimestre, del 4,2%, es de las más pronunciadas de la OCDE, y el ritmo al que vuelve a crecer la tasa de desempleo es igualmente singular. Tenemos una de las tasas de paro más elevadas, sin que existan elementos razonables para poder afirmar que ya hemos alcanzado el máximo en ese desequilibrio, que es el más expresivo del bienestar que genera una economía.

Son varias las razones que ayudan a explicar que España se quede rezagada de la recuperación de las economías avanzadas. La dispersión y escasa eficacia de las actuaciones de estímulo presupuestario orquestadas por el presidente Zapatero es la más inmediata y coyuntural. El Gobierno ha gastado, pero no en actuaciones eficaces. Desde aquellos 400 euros repartidos de forma indiscriminada, sin atender a las rentas de sus perceptores, hasta el plan de obras en los ayuntamientos, los efectos han sido, en el mejor de los casos, efímeros. La razón más poderosa, de carácter estructural, es la propia composición del patrón de crecimiento de la economía española: la relativa orfandad de sectores intensivos en ventajas competitivas susceptibles de ser aprovechadas mediante exportaciones en estos primeros compases de la recuperación internacional. Que existan algunas empresas destacadas, incluso con cierta proyección internacional en algunos sectores, no significa que la economía en su conjunto pueda beneficiarse de esa diferenciación aislada. Los servicios financieros, la energía, las ingenieras o las empresas de concesiones y, desde luego, el sector turístico son sectores donde es posible identificar a líderes empresariales mundiales, pero en su conjunto no generan rentas suficientes para compensar el muy severo desplome de la demanda interna.

Incluso los ingresos del sector turístico están reflejando la madurez del binomio sol y playa orientado a turistas extranjeros de bajos ingresos, expuesto a la competencia de países más baratos y con mejor calidad medioambiental. Junto a la necesidad de mejora de la oferta en ese sector, otros necesitan directamente cubrir el vacío que han dejado en la determinación del crecimiento y del empleo en el conjunto de la economía. Es el caso de la construcción residencial, que desde hace casi una década ha ido aumentando su peso sin que ningún Gobierno decidiera, cuando menos, reducir los incentivos a esa excesiva concentración. Tampoco el del Partido Socialista actual, que diagnosticó acertadamente desde la oposición al proponer un crecimiento diversificado, pero no hizo nada por ello cuando llegó al poder. Ahora, la retórica ampulosa del cambio de modelo coexiste con improvisaciones que no hacen otra cosa que erosionar la confianza de los agentes. Más que nunca, hoy resulta necesario un plan a medio plazo que, además de evitar que el paro supere la barrera del 20%, propicie la modernización de la economía.

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