Columna

La generación de las BP

Cómo me gusta la capacidad de las señoras para diseñar sombreros los días de lluvia. Es impresionante. Esa mano que tienen para girar las alas de las bolsas de plástico del súper, ese colocarlo sin aplastar para no estropear el trabajo de la pelu, esa manera tan distinguida de llevar en la cabeza publicidad de Eroski, de Carrefour o de la tienda de la esquina. ¿Había algo más moderno que esa estampa tan típica en nuestras calles, algo más rompedor y a la vez tan cercano? Porque la mujer que es capaz de ir con una bolsa de plástico por sombrero demuestra saltarse a la torera muchos convencional...

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Cómo me gusta la capacidad de las señoras para diseñar sombreros los días de lluvia. Es impresionante. Esa mano que tienen para girar las alas de las bolsas de plástico del súper, ese colocarlo sin aplastar para no estropear el trabajo de la pelu, esa manera tan distinguida de llevar en la cabeza publicidad de Eroski, de Carrefour o de la tienda de la esquina. ¿Había algo más moderno que esa estampa tan típica en nuestras calles, algo más rompedor y a la vez tan cercano? Porque la mujer que es capaz de ir con una bolsa de plástico por sombrero demuestra saltarse a la torera muchos convencionalismos. Pero ya no lo veremos más, porque ese pequeño reducto de transgresión también ha sido prohibido. Sí, nos han arrancado las bolsas de nuestras manos. A nosotros, que hemos crecido con ellas. A nosotros, que en realidad bien podríamos ser llamados la generación GBP, o sea, generación de las bolsas de plástico, nos quitan nuestra seña de identidad.

No me he vuelto antiecologista, pero me siento utilizada como una bolsa de plástico

Porque tal y como en la postguerra fiaban en las tiendas, y a la siguiente generación le hacían el descuento "por ser tú", a nosotros nos han atiborrado a bolsas de plástico como sinónimo de generosidad, aunque te empeñaras en decir que no te hacían falta. Vamos, que terminábamos acumulando una media de 238 bolsas al año, que reutilizábamos como podíamos. Nos han servido como bolsas de basura cuando se te acababan las compradas o para envolver los zapatos antes de meterlos en la maleta. Para recoger lo que van dejando nuestros chuchos por las aceras o como improvisado vomitorio cuando alguien se mareaba en el coche. También para envolver el bocata playero y el del currela. Lo hemos usado como calcetines cuando en el monte se empapaban las botas y, por servir, han servido hasta como preservativo improvisado en las primeras relaciones de algún que otro jovencillo despistado.

Les tenemos mucho que agradecer, aunque, ¡ojo!, al defender las bolsas de plástico no me he vuelto antiecologista, no. Hasta ahora sólo unos pocos a quienes nadie atendía advertían de que una bolsa de esas tarda más de cien años en descomponerse, o que el 20% de las basuras recogidas en las playas son bolsas, y que son motivo de asfixia para muchos animales marinos, y que... Pero realmente sólo nos enteramos de lo nocivas que son cuando las prohíben. Me siento tan utilizada como una bolsa de plástico.

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