Crítica:LIBROS | Narrativa

El arte de fraguar lo sutil y lo implícito

Leí por primera vez a Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961) cuando publicó, hace ya varios años, El lector de Spinoza, libro de cuentos que nunca dejo de recomendar, entre otros, cuando alguien me pregunta por un puñado de cuentos de calidad. No leí su segundo volumen de relatos, Propuesta imposible, con lo cual no pude valorar en su momento su más que probable progresión. Ahora he leído Mirar el agua (Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero), su nuevo libro de relatos y persisto en mi convicción original de que aquí estamos ante uno de los mejores cuentis...

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Leí por primera vez a Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961) cuando publicó, hace ya varios años, El lector de Spinoza, libro de cuentos que nunca dejo de recomendar, entre otros, cuando alguien me pregunta por un puñado de cuentos de calidad. No leí su segundo volumen de relatos, Propuesta imposible, con lo cual no pude valorar en su momento su más que probable progresión. Ahora he leído Mirar el agua (Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero), su nuevo libro de relatos y persisto en mi convicción original de que aquí estamos ante uno de los mejores cuentistas españoles de los últimos años. No hablo de escritores reconocidos, como Juan José Millás o José María Merino o Cristina Fernández Cubas o Soledad Puértolas: maestros contemporáneos del cuento español. Hablo de autores que, desde hace una década aproximadamente, van aportando libros valiosos, perspectivas nuevas, poéticas renovadoras en el arte del relato. Hablo de Hipólito G. Navarro, Gonzalo Calcedo, por citar sólo algunos. Incluso de narradores más recientes, como Berta Marsé o Cristina Grandes, de las que se esperan futuros libros de la misma o superior excelencia narrativa.

Mirar al agua

Javier Sáez de Ibarra

Páginas de Espuma. Madrid, 2009

187 páginas. 15 euros

Mirar al agua es un libro de dieciséis cuentos. No todos me han gustado. Pero los que sí lo han logrado, los que creo que han encarnado soberbiamente la teoría de lo implícito, éstos me han gustado muchísimo. Todos los relatos, en su superficie, se articulan en función de alguna idea pictórica. Es una referencia. Pero en esencia este volumen de historias breves se fragua desde una instancia infinitamente más sutil y operativa. No es nueva, porque la elaboró el argentino Ricardo Piglia (al que se cita de pasada en esta recopilación) en su famoso artículo sobre la idea de las dos historias que debe siempre albergar un cuento. Precisamente en esta dirección, en 'Un hombre pone un cuadro', para mí el más sobrecogedor de todos los relatos y tal vez el más perfecto en su diseño emocional, hay una cita del artista Sean Scully que dice: "Yo pinto por capas. Una capa sobre otra que van contando una historia invisible del proceso". Un hombre intenta colgar un cuadro, mejor dicho, la foto de su hijo de veinte años no hace mucho muerto en un accidente. (Recomiendo a propósito de este tema un artículo de Paul Auster sobre Mallarmé con motivo de la muerte de su hijo enfermo: el afecto y el cuidado inmenso que le dedicó el poeta, y luego su dolor inconsolable). Es la pena devastadora de ese padre que no atina con el clavo rebelde que le devuelva la última sonrisa de su hijo.

El que presta título al volumen, 'Mirar al agua', es un cuento sencillo en su armazón argumental pero brillantemente sofisticado en su conclusión: una llamada a qué es lo que vemos cuando miramos y a esa crucial necesidad que tenemos los humanos de comprender. Hay más cuentos de quilates. Pero no quiero dejar de mencionar 'Una ventana en Via Speranzella'. Esa mujer que se llama Petra Menardi y que cada 3 de julio muestra un pecho desnudo al vecindario. Una muestra de belleza literaria en estado puro.

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