LA COLUMNA | OPINIÓN

Corrupción, vieja amiga

Todas las circunstancias eran propicias: un triunfo por mayoría aplastante en las elecciones de 2000; un adversario político sin perspectivas razonables de convertirse en alternativa; una orgía constructora y un montón de empresarios presionando sobre recalificaciones y urbanizaciones del territorio; unas administraciones públicas convertidas en taifas donde crecen libremente amigos y familiares designados a dedo; una fase de crecimiento sin fin a la vista y, bajo la mentida apariencia neoliberal, un intervencionismo extremo en la actividad económica. En resumen, una estructura de oportunidade...

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Todas las circunstancias eran propicias: un triunfo por mayoría aplastante en las elecciones de 2000; un adversario político sin perspectivas razonables de convertirse en alternativa; una orgía constructora y un montón de empresarios presionando sobre recalificaciones y urbanizaciones del territorio; unas administraciones públicas convertidas en taifas donde crecen libremente amigos y familiares designados a dedo; una fase de crecimiento sin fin a la vista y, bajo la mentida apariencia neoliberal, un intervencionismo extremo en la actividad económica. En resumen, una estructura de oportunidades políticas tremendamente favorable a la corrupción.

Y cuando se acumulan las oportunidades de corrupción, se puede apostar sobre seguro que habrá corrupción, sobre todo si a esas oportunidades se añade una tradición cultural en relación directa con las horas de sol de que se disfruta cada año: más sol, más corrupción. No por nada, sino porque hay más ocasiones de verse con los amigos, de colocar a los parientes, de invitar a un trago y de acumular un sabroso patrimonio inmobiliario al borde de playas o en lo alto de montañas. Lo cierto es que desde el año 2000 hasta el 2004 en el gobierno del Estado, y desde ya ni se sabe cuándo en los gobiernos de las Comunidades de Madrid y de Valencia, en la contabilidad B de la "trama empresarial" de un señor llamado Correa hay constancia del pago de bonitas cantidades de euros y otras dádivas a un señor llamado Bárcenas, que resulta ser senador del Reino y tesorero del Partido Popular, y a otros señores de menor relieve con una característica común: su militancia en el mismo partido.

Y ¿por qué razón habría de pagar esas bonitas cantidades el jefe de una trama empresarial a un senador y a otros señores? ¡Ah! Pregúnteselo usted al entonces presidente del partido en cuyas arcas presuntamente ingresaba el senador el dinero y a la boda de cuya hija asistió el jefe de la trama. O, en su defecto, pregúnteselo al actual presidente del Partido, que aspira a gobernar el Estado de la nación española. Verá qué respuestas: la del primero, un gruñido; la del segundo: que está convencido de que nadie podrá probar jamás, jamás, jamás, que esos señores no son inocentes. ¡Qué cosas tan graciosas se le ocurren a don Mariano!

Lástima grande que lo mismo, aunque sin maldita la gracia, responden otros dirigentes del PP, de cuya honorabilidad nadie duda, pero que a fuerza de negar la mayor se van a encontrar un día con la basura al cuello. Hasta ahora, que se sepa, sólo uno, de un país donde no hace tanto calor, ha dicho que si él, Basagoiti, fuera el otro, Bárcenas, dimitiría. ¿Dimitir? Pero, hombre si recauda para el partido, ¿cómo va a dimitir? Aquí no dimite nadie, excepto los obligados por la superioridad, que son los que aprovechando la estructura de oportunidades que pasaba por su pueblo hicieron presuntamente sus apañitos particulares sin soltar ni un duro para el partido, como podría ser el caso de aquellos alcaldes que la presidenta de la Comunidad de Madrid se ha sacudido de encima diciendo: eh, oiga, que "yo no los he puesto".

También dice la señora Aguirre que ya "estaban allí cuando llegué" los diputados imputados (perdón por la cacofonía, pero es que todo esto suena fatal), que siguen sin soltar el acta del consistorio madrileño aunque su militancia en el partido haya sido temporalmente suspendida. Se dice que por no perjudicar al presidente de Valencia, donde la trama, según los jueces instructores, proporcionaba trajes muy modernos, de esos que dejan ver por encima de la solapa un enorme cuello de la camisa, cerrada con corbatas a juego, que parece como si a los políticos valencianos les hubiera dado por lucir de maniquís (véase foto fija de Camps hablando de escaloncets). Trajes, camisas, corbatas y una empresa llamada Orange Market, válganos Santiago, patrón de España, que ya es nacionalismo español bautizar con semejantes nombres a empresas encargadas de la sastrería.

En fin, qué nos van a contar. El Escorial, hollado por Correa el día de la boda de la hija del jefe; el Senado, con Bárcenas rumiando la manera de salvar el patrimonio; Génova, donde a Rajoy le da la risa tonta mientras repite: mire usted, señorita, a mí que me registren; el Parlamento de Madrid, donde varios diputados esquivan la mirada presidencial; y la Generalitat valenciana, pasarela de modelos ¡de Milano!, donde no quieren ni oír hablar de un tal José Tomás, sastre de profesión.

Y sosteniéndolo todo, la gran meretriz de la política: la corrupción, esa vieja amiga.

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