Columna

Los gansos del Capitolio

Hace unas décadas, un grupo de economistas encabezados por Milton Friedman elaboró una nueva doctrina según la cual el mundo, tras milenios de pobreza, era por fin rico. Ello se debía, según Friedman, a que se había inventado un motor eficaz, el capitalismo y la libre empresa, y un potente carburante, el beneficio. Y cuanto más beneficio se consiguiese, mayores serían los logros del sistema.

Librémonos, pues, de los impuestos, de los obstáculos que para el mercado representan los servicios públicos y la Seguridad Social, y de las múltiples reglas que limitan el beneficio acumulado de la...

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Hace unas décadas, un grupo de economistas encabezados por Milton Friedman elaboró una nueva doctrina según la cual el mundo, tras milenios de pobreza, era por fin rico. Ello se debía, según Friedman, a que se había inventado un motor eficaz, el capitalismo y la libre empresa, y un potente carburante, el beneficio. Y cuanto más beneficio se consiguiese, mayores serían los logros del sistema.

Librémonos, pues, de los impuestos, de los obstáculos que para el mercado representan los servicios públicos y la Seguridad Social, y de las múltiples reglas que limitan el beneficio acumulado de las empresas. El equilibrio alcanzado por el mercado es el mejor posible y cualquier intervención pública sólo puede deteriorarlo. Este era el núcleo duro del discurso ultraliberal de Friedman y sus amigos. Esta filosofía simplista logró en un tiempo récord la adhesión de los patronos, las fuerzas políticas y los Gobiernos.

El PP está en condiciones inmejorables para disputar a la izquierda las alcaldías de las ciudades

Treinta años después, los ricos se han enriquecido todavía más, las desigualdades se han profundizado, la pobreza masiva ha reaparecido en las naciones desarrolladas, la protección social se erosiona en todas partes, el agotamiento de recursos y la contaminación prosperan irremisiblemente, el sistema se ha vuelto inestable y después de seis grandes crisis regionales hemos desembocado en una crisis general de un modelo de capitalismo en la que estamos inmersos. Tal es el terrible legado del neoliberalismo.

Sin embargo, pese al estrepitoso fracaso de las políticas y de los valores neoliberales, la izquierda ha sido incapaz de realizar un análisis serio de la crisis y de formular un proyecto y un discurso que le permitan abordar y liderar el futuro. Por eso, aunque parezca paradójico, las elecciones europeas celebradas este fin de semana han dado un aplastante triunfo a las fuerzas políticas que han gestado e incubado la grave crisis que nos asola. El resultado es una Eurocámara que muestra una hegemonía indiscutible de los partidos conservadores (algunos abiertamente euroescépticos), una izquierda muy debilitada y una inquietante irrupción de fuerzas antieuropeas, extremistas y xenófobas.

En España, en coherencia con la campaña electoral que hemos padecido, los resultados se analizan en clave exclusivamente interna. Mientas el PP se empeña, lógicamente, en magnificar su victoria, el PSOE, con la misma lógica, se esfuerza en limitar los efectos de la derrota. Pero, a despecho de unos y de otros, es evidente que el PP ha ganado las elecciones con claridad pero el PSOE, pese al retroceso, no se derrumba. El resultado, producido en las peores condiciones posibles para el Gobierno, no es pues ni rotundo ni mucho menos irreversible.

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Cuenta la leyenda que encontrándose Anibal a las puertas de Roma, los gansos del Capitolio despertaron con sus graznidos a los romanos y evitaron así el triunfo del general cartaginés. Pues bien, si Rajoy, enardecido por el triunfo, saca a pasear a sus gansos capitolinos (Aznar, Mayor Oreja y compañía), si claudica ante los ultras de su partido, es muy probable que despierte a los romanos (la izquierda) y que, pese al indiscutible desgaste del Gobierno, vuelva a perder las elecciones generales. Por eso creo que conocer cuál será la evolución de la situación económica y cuál la estrategia del PP, son datos mucho más relevantes para predecir el futuro que el estéril ejercicio de intentar extrapolar los resultados de unas elecciones europeas a unas generales.

En Galicia las cosas parecen más claras. Como era previsible después de su triunfo electoral del 1-M, el PP ha consolidado su hegemonía en Galicia y, aunque tampoco aquí son prudentes las extrapolaciones, es evidente que se sitúa en inmejorables condiciones para disputar a la izquierda las principales alcaldías del país en las próximas municipales.

Así las cosas, si el nuevo equipo del PSdeG quiere evitar un batacazo municipal ha de ser consciente de que para ganar la carrera del 2011 no puede limitarse, como hasta ahora, a seguir el rebufo de Zapatero. Pero la posibilidad de victoria en las municipales requiere, además de la recuperación socialista, que el Bloque no se desplome. Al contrario, es imprescindible que supere la crisis en la que está sumido, recupere el impulso político y movilice a un electorado que, hoy por hoy, sólo se expresa a través del nacionalismo, y cuya abstención no sólo debilitaría al BNG sino al conjunto de la alternativa progresista. Así está el paisaje después de la batalla.

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