Análisis:

EA, manual de autodestrucción

Eusko Alkartasuna nació de un desgajamiento del PNV y una escisión en su seno puede abrir el comienzo de su fin. Como sucede con las parejas en naufragio, los reproches de última entre los críticos guipuzcoanos que han decidido marcharse bajo la marca Alkarbide y el sector oficial del partido explican malamente los motivos reales de la ruptura. Sólo muestran la irreversibilidad del desencuentro. La huida hacia adelante emprendida por la dirección de EA tras el costalazo que se dio en las elecciones de marzo, cuando quiso probar sus fuerzas sin el arrimadero del PNV y con una propuesta declarad...

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Eusko Alkartasuna nació de un desgajamiento del PNV y una escisión en su seno puede abrir el comienzo de su fin. Como sucede con las parejas en naufragio, los reproches de última entre los críticos guipuzcoanos que han decidido marcharse bajo la marca Alkarbide y el sector oficial del partido explican malamente los motivos reales de la ruptura. Sólo muestran la irreversibilidad del desencuentro. La huida hacia adelante emprendida por la dirección de EA tras el costalazo que se dio en las elecciones de marzo, cuando quiso probar sus fuerzas sin el arrimadero del PNV y con una propuesta declaradamente independentista, ya anticipó un desenlace que apenas se ha adelantado dos semanas al congreso extraordinario de los días 20 y 21.

El proyecto de EA nunca estuvo claro: se afirmaba sobre todo como reacción al PNV

La pugna entre los dirigentes de ambas facciones por demostrar cuál de ellas representa la esencia y los auténticos principios de la Eusko Alkartasuna original tiene poco sentido hacia fuera. Y tampoco parece que esa disputa vaya a alterar la dimensión de la ruptura. Tienen razón los promotores de Alkarbide cuando afirman que la EA actual, que tontea con fantasmales polos soberanistas, poco tiene que ver con aquel partido socialdemócrata y de pretendida renovación nacionalista surgido en 1986. Pero el peso de las siglas y la figura tutelar del partido, Carlos Garaikoetxea, están del lado del sector oficial.

En realidad, la crisis actual estaba incubándose desde los noventa y proviene del fracaso de su empeño fundacional. EA nació con la voluntad de matar (sustituir) políticamente al padre, el PNV. Y al no conseguirlo por errores propios en el momento propicio, cuando el viejo partido de Arzalluz estaba noqueado por la ruptura, se quedó en tierra de nadie. Su historia desde el potente surgimiento en las elecciones autonómicas y municipales de 1986 y 1987 es la de un continuo declive, acelerado en la última década. Cada cambio de presidente -Begoña Errasti sustituyó a Garaikoetxea en 1999 y Unai Ziarreta a aquélla en 2007- ha ido acompañado de una elevación del tono del mensaje nacionalista y del paralelo descenso electoral, hasta perder el 1 de marzo seis de los siete parlamentarios que mantenía en la Cámara vasca.

EA se ha definido ante todo como reacción al PNV. Garaikoetxea y los suyos siempre tuvieron claro qué no querían ser, pero no han terminado de perfilar un proyecto diferenciado con el que arrebatarle a la formación histórica la hegemonía del nacionalismo. Uno de los motivos es que quizás tampoco había espacio para ese proyecto entre el PNV y la izquierda abertzale, porque las políticas socialdemócratas y el discurso nacionalista extremo también son un componente de la praxis y de la compleja alma peneuvista. A su vez, la radicalización de las propuestas de este partido bajo los mandatos de Ibarretxe y la entrada de EA en el Gobierno vasco a partir de Lizarra han contribuido a desdibujar su aportación diferencial al nacionalismo institucional. Una dilución que ha tratado de combatir con actuaciones que sonaban chirriantes y un punto gamberras viniendo de un partido con responsabilidades de gobierno, como la de apoyar la huelga general.

Orbitar alrededor del PNV y, al mismo, tiempo, tratar impulsivamente de escapar de su atracción. Así puede definirse la historia de EA a partir de 1993, cuando fracasó la coalición con la rama de Euskadiko Ezkerra que no se integró en el PSE y que pudo proveerle de cuadros y bagaje ideológico. Finalmente, el punto de fractura se ha producido entre los que consideran que únicamente un acuerdo estable con el PNV asegura el futuro del partido (los críticos de Guipúzcoa que han creado Alkarbide) y quienes están dispuestos a arriesgar la supervivencia de EA con tal de no religarse al partido de origen.

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La falta de sintonía sobre la identidad de la formación y la desconfianza mutua entre ambos sectores habían llegado hasta tal punto que la ruptura podía demorarse, pero no evitarse. Con ella, pierden las dos partes. La escisión debilita decisivamente la aspiración de los críticos de formar con el PNV una coalición estable en la que EA tuviera peso. Como fracción del partido, y circunscrita a Guipúzcoa, Alkarbide no puede ser la Unió que convive en Cataluña con Convergència (CiU). Su futuro es provincial y va a depender de la generosidad y los cálculos del PNV. Por su parte, a lo que queda de EA hace tiempo que se le pasó también la oportunidad de ser la Esquerra Republicana vasca. Con 37.000 votos (ahora todavía más menguantes) y un único representante en el Parlamento vasco obtenido en el territorio de los escindidos, su capacidad de influencia política en Euskadi se presenta altamente dudosa. No parece, desde luego, que el arranque monzoniano de su cúpula dirigente de intentar ponerse al frente del abertzalismo tenga alguna posibilidad de prosperar. Los genes de EA poco tienen que ver con los de la izquierda abertzale, que nunca aceptaría compartir liderazgo con una formación declinante y a la que siempre ha mirado por encima del hombro.

La escisión hace a lo que queda de EA en Euskadi mucho más dependiente del polo soberanista que agita a conveniencia Arnaldo Otegi para mantener agrupados a los suyos a la espera de que ETA decida si opta por la política o por las pistolas. Lo paradójico del caso es que mientras en el País Vasco EA se lanzó al vacío rompiendo pacto electoral con el PNV y acudiendo sola a las urnas el 1 de marzo, en Navarra se protege contra el declive con una coalición permanente, Nafarroa Bai, donde también está el partido de Urkullu, pero no cabe la izquierda abertzale afín a ETA. Demasiadas contradicciones para un partido demasiado partido.

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