Columna

Se va

Sí, se va, se habrá ido ya cuando ustedes lean estas líneas. Tendrá su jardín, o quizá las flores de papel de la añoranza mientras siga desempeñando ese liderazgo al que no renuncia. Sólo habrá perdido el Gobierno, a resultas de la manipulación y el cambalache, pero esa pérdida es una minucia para quien ha sido elegido para liderar a este Pueblo. ¿Despecho? Podría pensarse que lo es si nos moviéramos en parámetros normales de racionalidad política. Esa vocación irrenunciable de liderazgo pese a todo y gracias a todo tiene, sin embargo, otro sentido que está muy en consonancia con su forma de g...

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Sí, se va, se habrá ido ya cuando ustedes lean estas líneas. Tendrá su jardín, o quizá las flores de papel de la añoranza mientras siga desempeñando ese liderazgo al que no renuncia. Sólo habrá perdido el Gobierno, a resultas de la manipulación y el cambalache, pero esa pérdida es una minucia para quien ha sido elegido para liderar a este Pueblo. ¿Despecho? Podría pensarse que lo es si nos moviéramos en parámetros normales de racionalidad política. Esa vocación irrenunciable de liderazgo pese a todo y gracias a todo tiene, sin embargo, otro sentido que está muy en consonancia con su forma de gobernar durante estos últimos diez años, cuatro meses y tres días -cifras que caían como gotas de sudor en la crónica que le dedicaba aquí Isabel C. Martínez-, forma de gobernar que tenía menos que ver con la gobernanza que con la gran promesa.

Se ha dicho ya casi todo a ese respecto y sólo insistiré en el valor instrumental y transitorio que han tenido las instituciones para Juan José Ibarretxe. Esclavo de un ideal, de esa comunidad que atraviesa siglos y milenios en pos de la restitución de un derecho inalienable, Ibarretxe ha sido más que un jefe de gobierno el líder de ese proceso de autocreación que se aprovecha de las contingencias históricas, pero no se limita a ellas. La ceguera de la mayoría, por pírrica que fuera, le bastaba para confundir ciudadanía y comunidad de destino y asumir el caudillaje de esta última olvidándose de los restos. De ahí que la pérdida del Gobierno sea una contingencia más que no anule la legitimidad de su liderazgo, y que él invoque como fundamento de este último el mismo dato que ha servido para descabalgarlo del poder: los votos. No hay aritmética democrática que avale ese recuento, pero él sabe contar las ovejas de su Pueblo y concluir que sus fuerzas siguen intactas. Más allá de ese poder transitorio que de momento ha perdido, la gran promesa sigue en pie y también su liderazgo. Ése es su desafío.

Ignoro cuál vaya a ser el futuro político de Ibarretxe, pero su hipotética retirada trasladaría el testigo de ese desafío al seno de su partido. Basta con escucharle a Joseba Egibar para cerciorarse de ello. En palabras de este último, se puede liderar un país desde la acción de gobierno y también desde la oposición, y el PNV seguirá ejerciendo ese liderazgo político. No es difícil deducir que esos propósitos surgen de la premisa de que es ese país, y no un partido determinado, el que ha pasado a la oposición tras perder, por usurpación, uno de los instrumentos que facilitaban su gran marcha. Faltan por ver la importancia que tenía ese instrumento en la autoconstitución de ese país irredento y la consistencia futura de ese discurso una vez que haya sido desplazado del centro de la actividad política y de la realidad. Es uno de los retos que nos depara el futuro inmediato y uno de los retos, y no de los menores, que tendrá que afrontar el Gobierno de Patxi López.

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