Crítica:

Las patillas de la bestia

Cuando Bryan Singer redefinió a los atormentados mutantes creados por Stan Lee y Jack Kirby como patulea de lánguidos posadolescentes con más pinta de invertir el tiempo en el after que en la academia del profesor Xavier, Hugh Jackman lo tuvo ciertamente fácil para convertir a su Lobezno -figura marginal, silvestre working class hero con camiseta imperio- en la presencia más inolvidable de X-Men (2000). Al parecer, Jackman se enamoró de su personaje y, con el tiempo, reprocha a la franquicia haber suavizado sus perfiles, haberle limado (en sentido figurado) las lacerantes ...

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Lee sin límites

Cuando Bryan Singer redefinió a los atormentados mutantes creados por Stan Lee y Jack Kirby como patulea de lánguidos posadolescentes con más pinta de invertir el tiempo en el after que en la academia del profesor Xavier, Hugh Jackman lo tuvo ciertamente fácil para convertir a su Lobezno -figura marginal, silvestre working class hero con camiseta imperio- en la presencia más inolvidable de X-Men (2000). Al parecer, Jackman se enamoró de su personaje y, con el tiempo, reprocha a la franquicia haber suavizado sus perfiles, haberle limado (en sentido figurado) las lacerantes uñas. Habrá que creer al actor cuando afirma que su implicación -como actor y productor- en esta precuela va más allá de la jugada de probada rentabilidad comercial: X-Men orígenes: Lobezno, que funde ecos de los respectivos trabajos que Barry Windsor Smith y el tándem formado por Chris Claremont y Frank Miller dedicaron al personaje en su medio original, tiene, pues, algo de restitución al icono de una furia extirpada y de (¡ay!) nueva reivindicación del superhéroe como figura compleja y atormentada.

X-MEN ORÍGENES: LOBEZNO

Dirección: Gavin Hood.

Intérpretes: Hugh Jackman, Live Schreiber, Danny Huston, Ryan Reynolds, Dominic Monaghan.

Género: ciencia-ficción. EE UU-

Canadá-Australia, 2009.

Duración: 107 minutos.

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El filme ritualiza, por la vía del blockbuster autocombustible, el nacimiento de Lobezno como mito trágico, aunque, por fortuna, la lujuria por la grandilocuencia marca Christopher Nolan deja paso aquí al puro placer por la aventura: grave, exenta de sentido del humor, previsible pero, al menos, dinámica y, a su modo, no demasiado pretenciosa. Sorprende descubrir que el director de tan aparatosa producción es Gavin Hood, el cineasta surafricano se dio a conocer por Tsotsi (2005). Si en algún lugar descubren al cineasta intentando establecer alguna equivalencia entre el protagonista de esa galardonada película y el lupino superhéroe de este nuevo trabajo, procuren no reírse. O, por lo menos, que nadie les oiga.

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