A TOPE | Fin de semana

No es lo mismo

Estás currando intentando cerrar los últimos detalles de la película, antes de ir al aeropuerto, y de repente recibes una llamada en la que te dicen que tienes que responder a un cuestionario de estadística de no sé qué departamento oficial. Intentas escaquearte, pero te recuerdan que "tienes la obligación" de contestar. Y aunque ni tienes la cabeza puesta en eso, ni ganas, ni nada... no hay tu tía.

Empieza el interrogatorio telefónico y mi respuesta a la primera pregunta es "según". La encuestadora, muy paciente, me dice que según no vale, que tiene que rellenar una casilla; o sea, que...

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Estás currando intentando cerrar los últimos detalles de la película, antes de ir al aeropuerto, y de repente recibes una llamada en la que te dicen que tienes que responder a un cuestionario de estadística de no sé qué departamento oficial. Intentas escaquearte, pero te recuerdan que "tienes la obligación" de contestar. Y aunque ni tienes la cabeza puesta en eso, ni ganas, ni nada... no hay tu tía.

Empieza el interrogatorio telefónico y mi respuesta a la primera pregunta es "según". La encuestadora, muy paciente, me dice que según no vale, que tiene que rellenar una casilla; o sea, que me lee varias opciones, y yo sigo diciéndole que todo depende, porque no es lo mismo. Y donde yo tengo dudas, ella tiene casillas. Pero tengo que volver a lo mío. De modo que la chica de las preguntas me echa un cable, rellenamos como sea y se acabó el marrón.

Va Marsé y suelta que el problema del cine no es la piratería, sino la falta de talento de los guionistas

Pero cuelgas y te quedas con la copla, porque es verdad: todo depende, y todo no es lo mismo. Para empezar, no es lo mismo que la que te hace las preguntas sea una borde o que sea una tía enrollada como la que me tocó. Ni tampoco es lo mismo que te guste Machín o que, mientras intentas volver a currar, le tengas que seguir escuchando Toda una vida unas 80 veces, interpretada (es mucho decir) al clarinete, por un incalificable que se ha colocado debajo de casa. ¡Qué va a ser lo mismo! Llegas a odiar a Machín, al que inventó el clarinete y acabas sacando el monstruo que llevas dentro.

También depende, por ejemplo, del conjunto de ropa interior que te hayas puesto ese mismo día, cuando vas a coger el avión. No es lo mismo un conjunto que otro. Porque llegas a la zona del escáner, donde te hacen sacar el ordenador, los cables, el anillo que no te sale del dedo, el colgante que ni te acordabas que llevabas, cuatro monedas, ¡ah!, y el cinturón. Y cuando crees que ya está por fin, atraviesas ese maldito arco que siempre pita, y el guardia de turno, harto ya de repetir lo mismo, te dice que te quites los zapatos, y no vale decir que no a ese acto que para ti es la humillación suprema. Venga, a quitarse los zapatos bajo la atenta mirada de todo pichi, ¡qué horror! Pasas creyendo que estás libre de pecado, pero no, vuelve a pitar. Es entonces cuando, con los mismos pichis de antes mirándote, te viene una tía de uniforme y te soba pero bien sobada. Y todo el mundo se entera que llevas sujetador con aros de metal. Lo que decía: no es lo mismo.

Ni es lo mismo que discutas con tus amigos sobre si hay o no guiones buenos, o sobre si se debería rebajar el precio de las entradas de cine, a que Juan Marsé, ganador del premio Cervantes de este año, suelte, para que todo el mundo se entere, que el problema del cine español no es la piratería, sino la falta de talento de los guionistas. ¡Hala!, touché, Marsé, majo.

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