Columna

Ante la investidura

A lo largo de las últimas semanas, el que con toda seguridad será el nuevo presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, no ha desaprovechado una sola ocasión para repetir machaconamente que sus prioridades políticas consisten en ganar las elecciones europeas y después las municipales para culminar el ciclo electoral con un nuevo triunfo en las autonómicas de 2013. Hay que reconocer que es difícil que un dirigente político exprese con más claridad que Núñez Feijóo que su prioridad absoluta es mantenerse indefinidamente en el poder, objetivo al que parece dispuesto a subordinar todo ...

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A lo largo de las últimas semanas, el que con toda seguridad será el nuevo presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, no ha desaprovechado una sola ocasión para repetir machaconamente que sus prioridades políticas consisten en ganar las elecciones europeas y después las municipales para culminar el ciclo electoral con un nuevo triunfo en las autonómicas de 2013. Hay que reconocer que es difícil que un dirigente político exprese con más claridad que Núñez Feijóo que su prioridad absoluta es mantenerse indefinidamente en el poder, objetivo al que parece dispuesto a subordinar todo lo demás. Esta concepción que se ha ido instalando progresivamente en nuestra vida pública, al confundir la acción de gobierno con la mera ocupación del poder, suele tener devastadoras consecuencias para el país.

Feijóo debe dejar claro si está dispuesto a activar los mecanismos de control del poder

Por eso resulta imprescindible que Feijóo deje algunas cosas meridianamente claras en la sesión de investidura. La primera, si está dispuesto a activar todos los mecanismos de control del poder y revitalizar el funcionamiento de las instituciones democráticas, en primer lugar, del Parlamento, así como a transformar la Radio Galega y Televisión de Galicia en medios de comunicación públicos (no gubernamentales), tal como desean sus profesionales y demandan la opinión pública y la democracia, o si, por el contrario, ha interpretado su mayoría absoluta de forma totalizadora y, consecuentemente, aspira a construir de nuevo un régimen, es decir, un dominio sobre cualquier otro poder significativo, sea político, económico, social, mediático o ideológico. Porque un régimen es, en efecto, una forma de gobernar que, como ocurría con los gobiernos de Fraga, de los que Feijóo formó parte, rompe de hecho con la tradición parlamentaria, que fue concebida precisamente para que la oposición fuese siempre una alternativa factible, y para que el poder político y social estuvieran repartidos, equilibrados y se controlasen entre sí.

Conocidos, pues, los antecedentes de su partido, no estaría de más que Núñez Feijóo demostrase, más allá de cualquier duda razonable, que comprende que la mayoría electoral, que legitima para gobernar, no desposee a la oposición de sus derechos de control y crítica al Ejecutivo, ni puede limitar el derecho de los ciudadanos a expresar su opinión respecto a la acción de gobierno. Dicho en otras palabras, necesitamos saber si Feijóo comprende realmente que el Gobierno no puede imponer su proyecto político, por muy amplio que sea su respaldo electoral, ignorando o violentando los procedimientos, instituciones y garantías que son la base de la división de poderes y del Estado de Derecho.

La sesión de investidura debe servir también para esclarecer si, en los temas que afectan a la estructura del Estado -la reforma del Estatuto de Autonomía, por ejemplo- el nuevo presidente de la Xunta mantendrá el estéril aislamiento de su partido, o si, por el contrario, se esforzará por conseguir acuerdos con el resto de las fuerzas políticas parlamentarias. Tampoco estaría mal que de la sesión inaugural de la legislatura salgamos sabiendo si Núñez Feijóo se va a comprometer con el carácter laico de la Constitución o si seguirá apoyando, como hacen amplios sectores de su partido, la anacrónica pretensión de la Iglesia católica de imponer sus ideas a través del Código Penal y de trasladar el derecho canónico a normas de derecho común. Y, por supuesto, debe aclarar si el PPdeG mantendrá su autonomía política y un cierto compromiso galleguista, o se decantará por utilizar la Xunta como un ariete contra el Gobierno Central, transformándola en una simple sucursal de la dirección estatal de su partido supeditando así los intereses de Galicia a la estrategia general del PP.

Finalmente, la esperada sesión de investidura servirá para comprobar el grado de recuperación política y moral de socialistas y nacionalistas tras su dolorosa derrota electoral del pasado 1-M. En cualquier caso, el PSdeG y el BNG no pueden permitir que el nuevo presidente se instale en el cómodo papel de oposición de la oposición, y que reduzca la sesión de investidura a una sucesión de proclamas tan innecesariamente solemnes como vacías de contenido. Y, desde luego, no pueden caer en el error de dejar que la sociedad gallega piense que ya no tiene alternativa a la derecha. El próximo día 14 saldremos de algunas dudas.

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