Crónica:LA CRÓNICA

Dos pasajes al precio de uno

Si pasan por la calle Comtal -viniendo del Portal de l'Àngel, a la derecha- verán una vía abierta en los edificios llamada pasaje de Espolsa-sacs, que parece terminar en la calle de Montsió. Pero todo tiene truco en este lugar bicéfalo. Lo fotografió Joan Sánchez y me mandó la imagen, y es el origen de esta crónica. Se trata de un antiguo enclave medieval, conocido también por Frega-sacs. Debía su nombre al monasterio de Sant Pere Màrtir y a los monjes agustinos que lo habitaban; éstos, en penitencia, sólo vestían unos hábitos de tela basta que no podían lavar ni remendar mientras quedase un t...

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Si pasan por la calle Comtal -viniendo del Portal de l'Àngel, a la derecha- verán una vía abierta en los edificios llamada pasaje de Espolsa-sacs, que parece terminar en la calle de Montsió. Pero todo tiene truco en este lugar bicéfalo. Lo fotografió Joan Sánchez y me mandó la imagen, y es el origen de esta crónica. Se trata de un antiguo enclave medieval, conocido también por Frega-sacs. Debía su nombre al monasterio de Sant Pere Màrtir y a los monjes agustinos que lo habitaban; éstos, en penitencia, sólo vestían unos hábitos de tela basta que no podían lavar ni remendar mientras quedase un trozo y que sacudían por las ventanas que daban a la calle de Montsió, por ello también conocida como de los Frares del Sac o de la Volta de l'Heura.

En la callejuela estaban los baños Solé, que hasta llevaban a domicilio una bañera con agua de mar

Hasta mediados del siglo XVI, Espolsa-sacs desembocaba en la contigua calle de Salavert, hasta que el convento pasó a manos de las monjas dominicas -que lo ampliaron-; desapareciendo ésta y convirtiéndose aquél en un callejón sin salida. De hecho, hoy en día, este pasaje va desde Comtal hasta la antigua puerta del monasterio, todavía visible. Quiere la tradición que, si la antigua iglesia de Sant Pere Màrtir era famosa por poseer un trozo de la cuna de Juan el Bautista, el nuevo cenobio lo fuera porque entre sus monjas estuvo santa Apolonia, patrona de los que padecen de dolor de muelas; y también por un pozo -bendecido cada año por el obispo-, cuyas aguas eran consideradas las más exquisitas y milagrosas de la ciudad.

En el siglo XIX, las monjas fueron expulsadas y el edificio fue ocupado por la Sociedad Filarmónica de Isabel II, que lo convirtió en un teatro. Pero -con su regreso, tras otro vaivén político- los melómanos tuvieron que mudarse a la Rambla, dando lugar así al actual Liceo. No obstante, las dominicas duraron poco y -en 1888- su convento fue reedificado -piedra a piedra- en la esquina de Rosselló con Rambla de Catalunya; y de allí -en 1948- trasladado a su actual ubicación en Esplugues.

Tras la desaparición del monasterio, en 1892 volvió a trazarse la olvidada calle de Salavert -entre la puerta del convento y Montsió- con el nombre de pasaje de Sant Josep, tal como recuerda la cancela de hierro -obra de Manuel Ballarín- que todavía lo custodia. Llegaron los modernistas y el lugar se llenó de glamour -atención a la maravilla de puente con trencadís que lo cruza-; mientras, en una de sus esquinas, Pere Romeu convertía parte del asfalto en la terraza de los Quatre Gats. Pero la ciudad siguió su curso y todo aquello se llenó de almacenes e industrias, pasando a ser llamado pasaje del Patriarca; aunque -coloquialmente- los vecinos lo conocían como el pasaje de los Relojes Portusach, pues su fábrica estaba allí, luciendo un gran reloj en la fachada.

Espolsa-sacs fue ocupado, hasta la primera década del siglo XX, por los baños Solé, con sucursal en la calle de Salmerón. Por un módico precio podías darte una ducha o un baño, o bien contratar la modalidad a domicilio, que incluía el transporte en carro hasta tu casa de una bañera metálica y de un tanque de agua caliente, dulce o de mar. Es el antecedente lejano del local que hoy da fama internacional a este sitio: la sauna Condal, una de las más famosas del ambiente gay barcelonés.

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En la década de 1920 también estuvo aquí la Nueva Igualadina, una compañía de transporte cuyo destino estrella era el balneario de Vallfogona de Riucorp; vecina de un taller de embalaje, otro de reparación de motociclos y de una lechería, donde pusieron una bomba en los agitados años de la República. Todo un mundo que se fue mustiando hasta nuestros días, convertido en un minúsculo y perdido callejón que -como los cacos de antaño- tiene varios nombres.

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