Reportaje:

Paco, te espero en Yaroslavsky

¿Saben ustedes/vosotros, que diría Lola Flores, que los teléfonos móviles tienen vida propia? Tenemos la costumbre de pensar que nos equivocamos con ellos, que damos a la tecla equivocada en el momento más inoportuno del mundo, pero estamos equivocados. Un teléfono móvil piensa, sabe cómo joderte la vida, cómo jugar contigo, cómo enredarte, cómo sonar cuando no debe y cómo callar cuando debe hablar como un tenor al final de un aria. No sé si tiene que ver con la habilidad de las compañías telefónicas para liderar los rankings de quejas. Ni lo sé ni me importa. Me interesa la inteligenci...

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¿Saben ustedes/vosotros, que diría Lola Flores, que los teléfonos móviles tienen vida propia? Tenemos la costumbre de pensar que nos equivocamos con ellos, que damos a la tecla equivocada en el momento más inoportuno del mundo, pero estamos equivocados. Un teléfono móvil piensa, sabe cómo joderte la vida, cómo jugar contigo, cómo enredarte, cómo sonar cuando no debe y cómo callar cuando debe hablar como un tenor al final de un aria. No sé si tiene que ver con la habilidad de las compañías telefónicas para liderar los rankings de quejas. Ni lo sé ni me importa. Me interesa la inteligencia de ese móvil que me supera, que tiene tantas cosas que sólo el chico gafoso del anuncio sabe controlar. Ahí ya te ha ganado la primera partida. Es más que tú; es tener más cosas de las que tú usarás jamás lo que le otorga una jerarquía social. Hay ilusos que creen que lo tienen todo dominado sin darse cuenta de que por la noche el móvil es más promiscuo que las ratas y amanece con una aplicación más, desconocida hasta entonces.

Ustedes/vosotros, que diría Lolita Flores, habrán adivinado que el móvil me la ha jugado. Lo apagué en una consulta oftalmológica (porque uno es obediente con las normas, llámenme gilipollas si lo prefieren) y el móvil debió de enfadarse. No sé si quería mirame a los ojos y lo castré de raíz, pero cuando lo resucité decidió jugar conmigo como Alfred Hitchcock con Tippi Hedren en el rodaje de Los pájaros.

Primero no quería abrirse, luego me instaló la fecha y hora de Abu Dhabi (ahí me di cuenta de que venía vacilón), luego se enganchó en una pantalla como un espectador a los ojos de Michelle Pfeiffer y finalmente, agraviado, me instaló porque sí el sonido de las teclas que te hacen quedar como un imbécil en cualquier cafetería mediana. ¿Qué hacer?, que diría Lenin. No sé por qué, me vino a la cabeza Francisco Ayala, con sus 103 años recién cumplidos, la lucidez intacta, la memoria de segunda mano que decía el otro día y aquella anécdota memorable que me relataba Caballero Bonald para explicar el secreto de su longevidad: "Paco, ¿qué coño haces para vivir tantos años?", le preguntó. "El único secreto es comer una manzana y tomar un whisky cada día; pero, por favor, nunca cuentes lo de la manzana", le respondió en un viaje en tren.

Sólo Francisco Ayala puede vencer al móvil. Contra él, el artilugio no tiene nada que hacer. Quizás habría que preguntarle qué hacer con el cambio climático, con Ajuria Enea, con los espías de Madrid, con la programación televisiva, con el Euríbor. Seguro que tiene una (digo una) respuesta para todo. Pero éste no es país para viejos, es el país de los móviles, de la movilidad, de la precariedad, de los ERE (que te convierten en lo que no eres). Paco, yo me voy contigo en el Transiberiano: yo pongo el whisky y tú las manzanas. ¿Y el móvil? En un banco vacío de la estación de Yaroslavsky.

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