Cartas al director

Puntualización

Viajé por vez primera a Solentiname en 1971, en el hervor de la adolescencia. Pese a los esfuerzos de la dictadura somocista por ocultarlo, la existencia de una comunidad revolucionaria en el pequeño archipiélago al sur del lago de Nicaragua corría de boca en boca. Allí se iba a recibir el bautismo político del más admirado y reconocido emisario de la teología de la liberación, el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal. Crucé el lago en un barco mínimo, con tan mala suerte que una tormenta hizo del viaje, que duraba la noche entera, una atroz travesía. Una lancha motora nos llevó de San Carlos a M...

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Viajé por vez primera a Solentiname en 1971, en el hervor de la adolescencia. Pese a los esfuerzos de la dictadura somocista por ocultarlo, la existencia de una comunidad revolucionaria en el pequeño archipiélago al sur del lago de Nicaragua corría de boca en boca. Allí se iba a recibir el bautismo político del más admirado y reconocido emisario de la teología de la liberación, el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal. Crucé el lago en un barco mínimo, con tan mala suerte que una tormenta hizo del viaje, que duraba la noche entera, una atroz travesía. Una lancha motora nos llevó de San Carlos a Mancarrón, la isla donde vivía el padre Cardenal.

Ernesto me alojó en una monacal construcción de madera, con las camas en fila, como un colegio. Un taller de artesanías, una casa comunal, una iglesia blanca y un muelle básico formaban el corazón de la comunidad. Sin más electricidad que una pequeña planta que funcionaba dos horas al día, nos levantábamos a las 5.30. Tras media hora de meditación, nos reuníamos en la sala de la casa comunal, donde leíamos pasajes de la Biblia, que Ernesto nos invitaba a comentar, y pasajes también de escritores, sacerdotes o grandes revolucionarios: Che, Sandino, Marx... Era así, un día tras otro, salvo cuando Ernesto nos llevaba a visitar poblados en otras islas o el sur del Gran Lago. Regresé a Solentiname meses después, para no volver. En 1978 la Guardia somocista destruyó la comunidad.

No volví a ver al padre Cardenal hasta después del triunfo de la revolución sandinista. Participamos, de principio a fin, desde nuestros sitios, en el triunfo, éxtasis, defensa y muerte de una revolución que costó demasiado, pero que fue la más maravillosa experiencia de nuestras vidas y el mayor esfuerzo jamás hecho por un pueblo en la región para construir una sociedad menos injusta.

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Nicaragua cambió profundamente en los 16 años de Gobiernos de derechas. El sandinismo también, hasta su lamentable división. El Frente Sandinista, con enorme esfuerzo y altos costos políticos, logró retornar al poder en 2007. Mi admirado y querido padre Cardenal es hoy un duro crítico del Gobierno sandinista, haciendo verdad aquello de que "no hay peor cuña que la del mismo palo". Pero nadie persigue, censura o amenaza en Nicaragua al padre Cardenal, ni, muchísimo menos, piensa encarcelarlo. Tampoco existe una dictadura, no hay presos políticos y a nadie se le impide expresarse libremente. La entrevista que dio a EL PAÍS fue reproducida de inmediato en los medios opositores en Nicaragua, como puede verse en Internet. Ernesto entra y sale del país sin ningún problema y vive en paz en Managua. Se le respeta y admira y, siendo una gloria para Nicaragua, nadie desea su daño. En cuanto a que Nicaragua necesita otra revolución, absolutamente de acuerdo. Ojalá se pueda dar. Ojalá volvamos todos los sandinistas a estar juntos para hacerla de nuevo realidad.

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