Columna

Escuela electoral

Escribe Witold Gombrowicz en su extraordinaria novela Ferdydurke: "Sólo con ayuda de un personal adecuado podremos conseguir que el mundo entero vuelva a la infancia". Frase que, además de presagiar el presente (salta a la vista que en el mundo se invierten ya muchas energías personales y materiales en ese empeño), contiene una ironía de las que sacuden y agudizan las interrogaciones sociales. Y quisiera relacionarla con un mensaje electoral que me parece muy ilustrativo de la manera en que aquí nos han mirado y considerado nuestros gobernantes durante mucho (demasiado) tiempo. Me refie...

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Escribe Witold Gombrowicz en su extraordinaria novela Ferdydurke: "Sólo con ayuda de un personal adecuado podremos conseguir que el mundo entero vuelva a la infancia". Frase que, además de presagiar el presente (salta a la vista que en el mundo se invierten ya muchas energías personales y materiales en ese empeño), contiene una ironía de las que sacuden y agudizan las interrogaciones sociales. Y quisiera relacionarla con un mensaje electoral que me parece muy ilustrativo de la manera en que aquí nos han mirado y considerado nuestros gobernantes durante mucho (demasiado) tiempo. Me refiero a la campaña institucional diseñada por el Gobierno vasco para animarnos a participar en las elecciones de ayer: ese anuncio en el que una voz nos explicaba que el uno de marzo los vascos íbamos a volver al colegio, mientras se veía a unos adultos en clase, sentados frente a sus pupitres y muy atentos a los movimientos de una mano que les iba trazando en la pizarra el elemental dibujo de una urna. Como si los vascos fuéramos párvulos democráticos que aún necesitáramos cursos de voto tan básicos o simplistas como el allí impartido.

No me ha gustado nada esa infantilizadora campaña, sobre todo porque la he visto no como una excepción sino como un llover sobre mojado, como un ejemplo más del trato de menores de edad que durante años nos ha dispensado el Gobierno vasco, esencialmente por la vía de controlar, cocinar, corta-pegar, recubrir y/o difuminar la información desde y sobre lo público, hasta dejarla reducida a veces a una sustancia papillosa (lista para tragar con docilidad no para masticar críticamente); a veces, a una baraja de propagandas, titulares o envoltorios con la que no es posible jugar a otra cosa que no sean clichés, generalidades o superficies; y con la que el abordaje de los asuntos queda reducido a una cuestión de confianza o de fe, y no de entendimiento.

No sabemos aún cómo se va a configurar el nuevo Gobierno. Pero, sea cual sea su composición, entiendo que las crisis y las cosas han llegado en Euskadi a tal punto de saturación que hacen necesario el despertar de una ciudadanía vasca más crítica, más activamente atenta al poder. Que les exija a los gobernantes que la mantengan debidamente informada de la gestión pública, no sólo con veracidad, puntualidad y transparencia, sino además con sustancia, es decir, con datos fiables y argumentos consistentes sobre los que cada cual pueda fundar su análisis y su opinión. Y que exija también a los medios de comunicación públicos que no sean eco sino contraste del ejercicio del poder; que se llenen de preguntas clave y no de respuestas formateadas institucionalmente. Y que multipliquen las voces y los puntos de vista solventes y expertos, es decir, los debates sobre los asuntos y los retos sociales, culturales y políticos más, y más candentemente, contemporáneos.

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