Columna

Educación socio-sentimental

Llegan estas fechas de San Valentín y las noticias, que casi siempre tienen que ver con los estragos que causan por el mundo los malos sentimientos, le hacen sitio al amor. Al amor entendido en sus vertientes más clásicas y tradicionales, pero también en sus formatos más contemporáneos. Y lo más fashion en materia amorosa, lo que se dice el último grito, es la píldora del amor, la oxitocina: un compuesto (dicho sea a bulto por carecer de los conocimientos científicos necesarios para el detalle) de neurotransmisores, materiales genéticos y hormonas, que unos investigadores americanos est...

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Llegan estas fechas de San Valentín y las noticias, que casi siempre tienen que ver con los estragos que causan por el mundo los malos sentimientos, le hacen sitio al amor. Al amor entendido en sus vertientes más clásicas y tradicionales, pero también en sus formatos más contemporáneos. Y lo más fashion en materia amorosa, lo que se dice el último grito, es la píldora del amor, la oxitocina: un compuesto (dicho sea a bulto por carecer de los conocimientos científicos necesarios para el detalle) de neurotransmisores, materiales genéticos y hormonas, que unos investigadores americanos están poniendo a punto con el noble fin de provocar en los humanos emociones tan amorosas como la atracción y la confianza.

Es muy propio de nuestra época imaginar y desear que las cosas se hagan sin esfuerzo y que todo consista en tragarse algo y ya está. Por lo que a esa píldora del amor se le podría augurar, para el día en que saliera al mercado, un gran éxito comercial. Sin embargo, no creo que lo alcance, ni siquiera que llegue a comercializarse con fundamento. Seguro que hay gente poderosa que repara enseguida en la escasa rentabilidad de un mundo plagado de buenos sentimientos y le para los pies a esa píldora o enreda tanto su expansión que su amor ni se nota. (Ya sabemos lo que cuesta poner donde se necesita medicamentos y vacunas que, bien mirados, son como píldoras de amor, es decir, de apego y confianza en la humanidad). También dudo del triunfo de la oxitocina porque no creo que pueda reducirse a biología ese barullo de figuraciones y sentimientos que llamamos amor. En fin, que, aun suponiendo que el amor fuera efectivamente químico, nosotros nos tragaríamos su píldora e inmediatamente nos sumiríamos en la desorientación. En un desconcierto de efectos que, sobre todo si son claros y estables, no seríamos capaces de reconocer. Porque ignoro cómo es el amor en el ADN, pero en la experiencia humana -intensa y extensamente documentada- es variación, vértigo, torbellino, claroscuro, polisemia, duda cobijada en la esperanza y viceversa.

En cualquier caso todavía no ha llegado esa píldora; aún tenemos que abordar el amor por nuestra cuenta y riesgo. Y definirlo con ingredientes tan propios como la atención, el respeto y la empatía; elementos todos culturales, que pueden aprenderse y enseñarse. Y por mantener hasta el final el tono afectivo de estas líneas, una les pediría desde aquí a los partidos en campaña algún pronunciamiento sobre la educación socio-sentimental de nuestra juventud, que necesita, según dicen los estudios, renovada atención. Uno reciente revelaba, por ejemplo, que muchos jóvenes vascos tienen dificultades para distinguir en qué consiste realmente el maltrato en una relación, dónde se sitúa las líneas demarcadoras de la violencia de género. Como para ponerse a ello pedagógica y urgentemente.

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