Editorial:

Irán, año 30

La llegada de Obama y la situación interna del régimen islamista deparan una oportunidad

La apertura de Barack Obama al diálogo con el régimen iraní, rompiendo el aislamiento mantenido por Bush, y la respuesta cautelosa pero no hostil del beligerante presidente Ahmadineyad, debería poder considerarse un elemento alentador en Oriente Próximo. Incluso pese a que Teherán sigue juzgando a Washington su enemigo por antonomasia y sospechosos, por lo menos, los motivos del gesto de la Casa Blanca.

La suavización del tono abrasivo del líder iraní puede ser una concesión cortés al recién llegado. Pero también, con mayor probabilidad, una estrategia ante las elecciones de junio, en l...

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La apertura de Barack Obama al diálogo con el régimen iraní, rompiendo el aislamiento mantenido por Bush, y la respuesta cautelosa pero no hostil del beligerante presidente Ahmadineyad, debería poder considerarse un elemento alentador en Oriente Próximo. Incluso pese a que Teherán sigue juzgando a Washington su enemigo por antonomasia y sospechosos, por lo menos, los motivos del gesto de la Casa Blanca.

La suavización del tono abrasivo del líder iraní puede ser una concesión cortés al recién llegado. Pero también, con mayor probabilidad, una estrategia ante las elecciones de junio, en las que el radical Ahmadineyad tendrá que competir con el reformista Jatamí, dos veces presidente entre 1997 y 2005. En su aparente inmovilidad, algo cambia en el país que conmemora 30 años de su revolución islamista. El desplome del petróleo está alterando sustancialmente una economía lubricada desde 2005 por más de 210.000 millones de euros por este concepto. Los petrodólares han pagado una exagerada política de obras públicas, aunque hayan servido más para disparar la inflación hasta el 25% que para elevar homogéneamente el nivel de vida de los iraníes. Incluso en el campo ultramontano de Ahmadineyad se alzan voces contra la incapacidad para diversificar la economía, crear suficiente empleo -casi el 60% de la población tiene menos de 30 años- o conseguir inversiones para renovar una obsoleta infraestructura energética. Modernizarse y abrirse paulatinamente a Occidente se convierten cada vez más en argumentos para un Gobierno que corre el riesgo de parálisis económica. El enorme peligro de este camino sería privar a un régimen aislado y teóricamente revolucionario del enemigo supremo, que le ha servido como coartada y elemento galvanizador de su opinión pública.

En la revisión de su política hacia Teherán, Washington calibra el momento de esa eventual aproximación. Por un lado están las noticias inquietantes sobre los progresos nucleares iraníes; por otro, el riesgo de que un deshielo precipitado afiance a Ahmadineyad, en junio, frente al moderado Jatamí. Es muy improbable que, bajo cualquier liderazgo previsible, Irán retroceda en sus ambiciones atómicas, entre otros motivos porque la última palabra la tiene Alí Jamenei, oscuro jefe supremo del régimen teocrático. Pero la confluencia del relevo en EE UU y la posibilidad de otro similar en Irán alimenta, no sólo en Occidente, la esperanza del compromiso.

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