Columna

Obama, Castelao

Visto desde la apoteosis de hoy tal vez es difícil recordar que apenas hace un año la victoria de Obama parecía desafiar la lógica. En una era dominada por el extremismo conservador entregado a un doble fundamentalismo, el religioso y el del mercado, el que un joven senador negro, educado en Harvard, sin gran influencia en el Partido Demócrata y situado más bien a la izquierda de éste, pudiera llegar a convertirse en el próximo presidente de los Estados Unidos sobrepasaba la capacidad de imaginación del más osado.

Ha sucedido, sin embargo. No podemos minusvalorar la implosión del conser...

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Visto desde la apoteosis de hoy tal vez es difícil recordar que apenas hace un año la victoria de Obama parecía desafiar la lógica. En una era dominada por el extremismo conservador entregado a un doble fundamentalismo, el religioso y el del mercado, el que un joven senador negro, educado en Harvard, sin gran influencia en el Partido Demócrata y situado más bien a la izquierda de éste, pudiera llegar a convertirse en el próximo presidente de los Estados Unidos sobrepasaba la capacidad de imaginación del más osado.

Ha sucedido, sin embargo. No podemos minusvalorar la implosión del conservadurismo norteamericano, después del fiasco de la Guerra de Irak y la crisis de Wall Street, ni la sensación, tan vivida en los Estados Unidos, de estar viviendo el final de la era de su poder imperial y la consiguiente crisis de identidad que eso pudiera suscitar. Pero sí quisiera destacar lo que hace un año constituyó la fuerza de Obama, lo que le hizo descollar de inmediato: su elocuencia.

Es obvio que ni Touriño ni Quintana destacan por su contribución a la elocucuencia

Su voz venía de dos fuentes de la retórica: la de los predicadores bíblicos -Martin Luther King Jr.- y lo que Robert Bellah llama la tradición del republicanismo cívico, que se remonta a Aristóteles y Cicerón y se prolonga en Jefferson y Lincoln. No hay que olvidar, por lo demás, que, cuando fue fundada, la joven república americana intentaba mirar más allá de las corruptas monarquías hacía las fuentes prístinas de las virtudes de los patricios y senadores de la República y el Imperio Romanos. La dignidad, la contención, la magnanimidad y esa cierta serenidad que es tan escasa en la vida de los hombres y mujeres debían formar el carácter y el buen juicio de los dirigentes del nuevo país creado para honrar la libertad y permitir la búsqueda de la felicidad.

Sin una honda convicción Obama no habría resultado tan convincente ni habría conseguido, sobre las cenizas de los valores de los conservadores de su país, levantar una nueva mayoría moral. Lo que Obama está consiguiendo es desplazar el eje de su país a la izquierda. En un momento de crisis Obama ha sabido -pero veremos cómo lo lleva a la práctica- redefinir el espíritu de los Estados Unidos arrebatándole la hegemonía a los republicanos.

Esa capacidad de redefinir una narrativa es lo que uno echa en falta entre nosotros. Es obvio que ni Emilio Pérez Touriño ni Anxo Quintana destacan, ni lo harán jamás, por su contribución a la elocuencia. Pretender de ellos que construyan un lenguaje moral alternativo sería tarea ociosa. Sin embargo, forjar un país es asunto no sólo de la gestión de las cosas, sino también de osadía para instituir una nueva mirada más amplia y compartida.

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¿Por qué Touriño y Quintana consiguieron ganar las elecciones de hace ya cerca de cuatro años? Como Obama, los dos se enfrentaban a un hombre ya mayor, al que su propio electorado deseaba la jubilación, cualesquiera hubiesen sido los méritos que en el pasado hubiese adquirido. Como Obama, los dos se enfrentaban a un partido conservador que parecía estar acabando un ciclo, desacreditado por sus batallas internas, sus vicios e inercias. No era la crisis de Wall Street, pero la catástrofe del Prestige había mostrado la escasa capacidad de reacción del partido del gobierno y lo profuso de sus mentiras y, por fin, por primera vez en muchos años, la oposición prometía una posibilidad de gobierno. Dado que había promesa de juego, la gente se animó a ir al partido.

En todo eso puede haber en ellos una vaga analogía con Obama. Pero ni aún en aquel momento pasó por sus cabezas la posibilidad de conformar una nueva imagen del país que queremos. No fueron ellos ni sus burocráticos partidos los que crearon los marcos de inteligibilidad -tal vez aquí deberíamos citar a Lakoff, tan de moda ahora en la Moncloa, y aun a Kant- sin los cuales todo cambio es irrealizable por impensable. Aquel papel lo hicimos, en lo fundamental, otros. La pereza y la indigencia de socialistas y nacionalistas a la hora de concretar una imagen de cambio y esperanza compartidas es enorme, mitológica.

Ahora bien, en la medida en que ello siga siendo así la agenda y el discurso permanecerán en gran medida dentro de la visión del país que los conservadores supieron crear. No habrá nuevos materiales para elaborar una nueva identidad compartida.

En ello pesa, supongo, la historia del país, su frustración, su incapacidad de pensarse a sí mismo de manera realista y modesta -gentes pomposas si que las encuentra uno con facilidad- y, al tiempo, más allá de lo heredado. Tan sólo Castelao, en los lejanos tiempos de la República, y en las inmisericordes condiciones del exilio supo crear piezas maestras de una nueva retórica que fundiese el pasado y el porvenir. Así su célebre discurso en Buenos Aires Alba de Gloria.

Pero, naturalmente, de ello estamos muy lejos.

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