Crónica:LA CRÓNICA

El colapso

Es la sala de urgencias maternas del hospital Can Ruti, en Badalona, y como la mayoría de los hospitales públicos de España, está colapsado. La fila de mujeres que necesitan atención crece a cada hora, un médico de guardia pide ansioso datos de la paciente que debe operar en ese instante. Los ordenadores no funcionan. Habrá que recabar la información de manera verbal en pocos minutos. Las enfermeras entran en el quirófano apresuradas y no disimulan su cara de agobio, mala señal para las pacientes, quienes además oyen a las residentes preguntar: "¿Me debo poner guantes?".

Después viene u...

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Es la sala de urgencias maternas del hospital Can Ruti, en Badalona, y como la mayoría de los hospitales públicos de España, está colapsado. La fila de mujeres que necesitan atención crece a cada hora, un médico de guardia pide ansioso datos de la paciente que debe operar en ese instante. Los ordenadores no funcionan. Habrá que recabar la información de manera verbal en pocos minutos. Las enfermeras entran en el quirófano apresuradas y no disimulan su cara de agobio, mala señal para las pacientes, quienes además oyen a las residentes preguntar: "¿Me debo poner guantes?".

Después viene una larga espera para que asignen cama a las recién paridas, pues, a pesar del colapso sanitario, los médicos se toman su tiempo para dar las altas, tal como avisa una enfermera: "Hoy pasará el médico sobre las doce del mediodía porque los fines de semana vienen más tarde". A este embudo se suma el que provocan los familiares de las parturientas convirtiendo los corredores y habitaciones en una romería. "¡Xavi, regreso en una hora, voy por la tía Pilar!", grita un señor de punta a punta del pasillo. Los niños que van de visita corren por doquier haciendo berrinches intermitentes en medio de las inútiles llamadas de silencio que pide el personal médico: "¡Shhhhh! ¡Shhhhh! ¡Silencio!".

Varias habitaciones reciben hasta 12 familiares juntos, a quienes se les ve entrar en fila india, como si fuera una peregrinación a la Virgen. Van cargando monstruosos arreglos florales y canastillas con todo lo que supuestamente utilizará el bebé, incluyendo aquellas colonias que matan el sentimiento maternal. "¡Qué majo!, no se parece a nadie, ¿estás seguro de que es tuyo, Manuel?", "¡hostia, pero qué grande es!". Entre la cantidad de parientes y muñecos de peluche que llevan a regalar, apenas se logra divisar a las madres, cuyos rostros lucen tan compungidos como cuando expulsaron al crío, pues deben aguantar el tufo a all i oli de los visitantes impertinentes y luchar por el poco oxígeno que les dejan.

Las enfermeras arrastran las cunas sorteando a los familiares que transitan por el pasillo, "¡permiso, permiso!" , y al cabo de un rato, suben dos guardias de seguridad a desalojar como si se tratara de una redada en el bar Can Ruth: "¡Salgan todos! No puede haber tanta gente aquí". Pero al día siguiente es lo mismo. En medio de ese permanente concierto, los móviles responden al aviso de "ya nació" y suenan a toda hora con música integrada, desde el tema de Rocky hasta un popular flamenco que despertarán a las convalecientes del poco sueño que pueden conciliar.

Hacia la noche, arriban los maridos para cuidar de sus señoras, iniciándose así el talk show de reclamos maritales: "No quiero que venga tu madre al hospital", "¡collons, Jordi! Te desentiendes de todo". Sólo callan cuando los recién nacidos lloran por hambre y a algunas madres no les baja la leche; en cambio, sí les sube la histeria: "¿Qué quieres que haga, joder! No voy a tener a la cría pegada toda la noche, me va a destrozar el pezón", exclama una señora mientras su marido le acerca a la criatura. "Inténtalo. Ya saldrá", pero el bebé sigue llorando y le colma el plato también al padre, quien anuncia: "Vaya nochecita que nos espera. ¡Me largo!". Antes se atreve a pedir un biberón a las comadronas, pero ellas son firmes: "Si ha de dar el pecho, nada de biberón".

Expectantes del folclore hospitalario, se encuentran las madres de culturas no occidentales, que son minoría en el hospital, a quienes no hace falta persuadir de los beneficios de la leche materna y quienes observan muy calladitas el tremendo jaleo, que por lo menos les salvará de una depresión posparto.

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