Crítica:

Gótico europeo

En la agresiva Import/Export del austriaco Ulrich Seidl, el sintético binomio del título tenía una transparente doble lectura: en el aparente bienestar del Primer Mundo, el individuo -y todo lo que implica el sustantivo: de la piel al alma- es una mercancía más. En La desconocida, gran triunfadora en la ceremonia de los David de Donatello de 2007, Giuseppe Tornatore explora la misma idea en clave de melodrama casi gótico, con trazado de escalera de caracol puntuada por falsas pistas, giros de guión y explosiones catárticas en cada uno de sus escalones.

La crispada arquitec...

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En la agresiva Import/Export del austriaco Ulrich Seidl, el sintético binomio del título tenía una transparente doble lectura: en el aparente bienestar del Primer Mundo, el individuo -y todo lo que implica el sustantivo: de la piel al alma- es una mercancía más. En La desconocida, gran triunfadora en la ceremonia de los David de Donatello de 2007, Giuseppe Tornatore explora la misma idea en clave de melodrama casi gótico, con trazado de escalera de caracol puntuada por falsas pistas, giros de guión y explosiones catárticas en cada uno de sus escalones.

La crispada arquitectura del conjunto aparece envuelta por una caligrafía visual paranoica que se toca con los códigos del cine de terror: los encuadres no sugieren la inminencia de lo terrible, sino que lo gritan hasta alcanzar un volumen ensordecedor.

LA DESCONOCIDA

Dirección: Giuseppe Tornatore. Intérpretes: Xenia Rapopport, Michele Placido, Ángela Molina, Claudia Gerini. Género: melodrama. Italia-Francia, 2006. Duración: 118 minutos.

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La desconocida es una de esas películas que parecen estar jugando tan sucio con el espectador como con el crítico: el primero es subido, a la fuerza, en una montaña rusa emocional desde el minuto uno, tras cuyo viaje emergerá más viejo (y con más agujetas), pero no necesariamente más sabio. El segundo -o sea, el crítico- se siente constantemente agredido en esa ética profesional que le exige no desvelar demasiado de una trama para no amargarle la fiesta al posible espectador: un solo crítico es poco para desmantelar una trama tan hiperbólica. En su desesperada búsqueda del más difícil todavía, Tornatore sortea los peligros del cabo suelto, aunque no los de la inverosimilitud crónica.

Tornatore, que en Cinema Paradiso desplegó todos los palos del sentimentalismo (cursilería incluida), se empeña aquí en demostrar que, en cuestiones de angustia y mal rollo, tampoco está falto de recursos. Es prácticamente imposible que el espectador se aburra con esta historia de niñera inquietante venida del infierno (social), porque Tornatore se entrega a un festival extenuante de golpes de efecto y excesos (no sólo gramaticales): por el mismo motivo, es extremadamente improbable que alguien se pueda tomar la película (y su discurso) en serio.

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