Crítica:

La asfixia del campo

Una furgoneta se adentra en una calle o en una plaza, se detiene y hace sonar incansablemente su bocina mientras los vecinos salen a comprar en alegre tropel. ¿Se trata de una imagen del pasado? No, todavía es habitual en muchos pequeños pueblos españoles, y también franceses. Como los que recorre el protagonista de Un verano en la Provenza (su título original, El hijo del tendero, quizá fuera más gráfico): un joven que debe hacerse cargo durante un cierto tiempo del negocio ambulante familiar, un furgón-supermercado, después del infarto sufrido por su padre.

Segundo traba...

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Una furgoneta se adentra en una calle o en una plaza, se detiene y hace sonar incansablemente su bocina mientras los vecinos salen a comprar en alegre tropel. ¿Se trata de una imagen del pasado? No, todavía es habitual en muchos pequeños pueblos españoles, y también franceses. Como los que recorre el protagonista de Un verano en la Provenza (su título original, El hijo del tendero, quizá fuera más gráfico): un joven que debe hacerse cargo durante un cierto tiempo del negocio ambulante familiar, un furgón-supermercado, después del infarto sufrido por su padre.

Segundo trabajo de Eric Guirado -el primero no llegó a estrenarse en España-, la película se adentra en un tema tan tradicional como el enfrentamiento entre el campo y la ciudad, a través de la figura de un joven con la impaciencia natural que imprime la urbe, con los sentimientos lo suficientemente despegados como para que la camaradería y la confianza mutua de los lugareños le resulten por completo ajenas.

UN VERANO EN LA PROVENZA

Dirección: Eric Guirado. Intérpretes: Nicolas Cazalé, Clotilde Hesme, Jeanne Goupil y Daniel Duval. Género: drama. Nacionalidad: Francia (2007). Duración: 96 minutos.

Sin embargo, las situaciones a las que se ve abocado, tanto las amorosas como las familiares, nunca acaban de sorprender al espectador, que podría adelantarse, paso a paso, a cada giro del guión. Además, la descripción de la asfixia que se puede sufrir ante tanto aire limpio, o de la intranquilidad que puede otorgar tal sobredosis de paz, casi siempre resulta de bajo calado, de corto alcance. Así, el retorno del padre tras su convalecencia parece el único acontecimiento capaz de ofrecer momentos de verdadera fuerza a una historia que se va desvaneciendo hasta llegar a un desenlace en el que la consabida liberación del personaje principal, que se ve venir desde el minuto 15 de metraje, tiene más pinta de asunción autoimpuesta que de redención sincera.

De modo que habrá que colocar a la película en el estante de esas cintas de campiña francesa, tan del gusto de directores como Jean Becker, de tendencia humanista, desarrollo (casi) agradable y regusto más azucarado que trascendente. Por tanto, y siguiendo con el ejemplo de Becker, mucho más cerca de la meliflua La fortuna de vivir que de la dolorosa Conversaciones con mi jardinero.

Fotograma de Un verano en la Provenza.
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