A TOPE | Fin de semana

Vuelo retrasado

Vuelo de las 21.25. En la pantalla de avisos parpadea un delayed (retrasado). Casualidad: es un vuelo de Spanair. La psicosis golpea el ambiente. La gente deambula por el aeropuerto sin saber muy bien cómo distraerse. El avión sufre un nuevo retraso. Bueno, lo sufrimos nosotros. Después de incidencias varias, más retrasos, más esperas, más nervios... por fin volamos, y nunca mejor dicho, porque de repente todos controlamos el funcionamiento de "los pilotos" más que el comandante. Hay una disimulada tensión en el aire. Llegan las instrucciones de vuelo. Jamás había visto atender con tant...

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Vuelo de las 21.25. En la pantalla de avisos parpadea un delayed (retrasado). Casualidad: es un vuelo de Spanair. La psicosis golpea el ambiente. La gente deambula por el aeropuerto sin saber muy bien cómo distraerse. El avión sufre un nuevo retraso. Bueno, lo sufrimos nosotros. Después de incidencias varias, más retrasos, más esperas, más nervios... por fin volamos, y nunca mejor dicho, porque de repente todos controlamos el funcionamiento de "los pilotos" más que el comandante. Hay una disimulada tensión en el aire. Llegan las instrucciones de vuelo. Jamás había visto atender con tanto interés las indicaciones sobre la ubicación de las puertas de emergencia. Pero... ¿sirve de algo el chaleco salvavidas? Será para que en caso de apuro nos pille ocupados soplando.

Hace años viví un aterrizaje de emergencia, con reparto de tortazo incluido por parte de la azafata a una pasajera a la que le entró un ataque de pánico. Reparada la avería, no fui capaz de montarme en el mismo avión. Así que perdí el viaje de mi vida... y la confianza en los aviones. Aunque a fuerza del "qué remedio" la terminas recuperando.

Después del 11-S, nos llegó el síndrome de ver "posibles terroristas" capaces de secuestrar aviones por todas partes. Y, al final, confías en que por medio desnudarte en el aeropuerto ya no puede pasar algo así.

Y siempre que llegamos a confiarnos, pasa algo tan doloroso como el accidente de Madrid, que nos deja con una terrible pena, congoja y miedo. Reconozco que ahora cuesta más subir a un avión. Y también le cuesta al que va en el asiento de al lado, porque en cuanto el avión toma tierra llama corriendo a casa para avisar de que está vivo. Y luego lo haces tú. ¡Qué remedio! Y es que casi todos los medios de comunicación nos han cargado con un síndrome nuevo. Ha sido terrible. Era un sufrimiento ver a familiares rotos y descolocados intentando poner límites a micros y cámaras. Y era doloroso ver a padres hablando de sus hijos sabiendo que sólo nos mostraban el preciso instante en el que rompían a llorar. O llevando a sus programas especiales a psicólogos que hablaban una y otra vez del dolor que estarían sufriendo esas familias.

Después del accidente he perdido la confianza. Pero no en volar (esa nunca ha sido plena), no. He perdido la confianza en ciertos medios de comunicación que necesitan atraer nuestra atención cueste lo que cueste. Ya les vale.

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