Disco-crimen...
Que unos jóvenes vayan a una discoteca o a una fiesta y vuelvan literalmente ciegos porque alguien les ha enfocado con dos potentes cañones de láser es una noticia que no parece provenir de este mundo sino pertenecer a otra dimensión, como al argumento de una ficción macabra. Y sin embargo es cierto, acaba de suceder en Rusia; terrible y cierto. Pero este suceso, ya de por sí escalofriante, resulta aun más terrible cuando -en lugar de considerarlo sólo un hecho remoto e improbable, un caso aislado, extraordinario e irrepetible- se le reconoce cierta cercanía y familiaridad, y se interpreta com...
Que unos jóvenes vayan a una discoteca o a una fiesta y vuelvan literalmente ciegos porque alguien les ha enfocado con dos potentes cañones de láser es una noticia que no parece provenir de este mundo sino pertenecer a otra dimensión, como al argumento de una ficción macabra. Y sin embargo es cierto, acaba de suceder en Rusia; terrible y cierto. Pero este suceso, ya de por sí escalofriante, resulta aun más terrible cuando -en lugar de considerarlo sólo un hecho remoto e improbable, un caso aislado, extraordinario e irrepetible- se le reconoce cierta cercanía y familiaridad, y se interpreta como el demencial desbordamiento de una corriente más bien continua y cotidiana, de un río de locuras festivas bastante común.
Lo sucedido en Rusia es una metáfora kafkiana de lo que se entiende ahora por diversión juvenil
Y la pregunta que me hago, sobrecogida aún por ese desastre de láser y ceguera, es cómo de lejos queda lo que allí ha ocurrido de lo que pasa o podría pasar en cualquier otro sitio, aquí mismo. Me pregunto si el literal quedarse ciego de esos jóvenes rusos, y el ponerse figuradamente ciego, que es una práctica juvenil habitual entre nosotros, son fenómenos situados de verdad a una distancia de años luz, o en coordenadas (de causa y efecto) absolutamente incomparables. Y la respuesta es que me temo que no hay tanta distancia entre ambos; o que lo sucedido en esa discoteca rusa tiene un valor de signo radical, de metáfora kafkiana de lo que ahora se entiende en casi todas partes por diversión juvenil; es decir, el valor de una representación desoladoramente ilustrativa de por donde puede abrirse, reventarse, esa estructura de ocio-estruendos, alcohol y drogas.
Y si vuelvo a escribir la primera frase de esta columna pero sin el adverbio, lo que se dibuja: "que unos jóvenes vayan a una discoteca o a una fiesta y vuelvan ciegos" no es un paisaje de tragedia rusa sino una imagen que se presenta mayormente como de comedia de costumbres y que cualquiera de nosotros, a poco que se asome a la realidad, puede observar cotidiana, rutinariamente. Y sin embargo hay muy poca comedia en las cegueras, incluso cuando son metafóricas. Y tiendo a considerar de poco humor la creciente identificación de pasárselo bien con pasarse tout court. Entre otras razones porque algunos de esos jóvenes ciegos ni siquiera vuelven a casa, se quedan incrustados en un poste o en un árbol del camino o en la trayectoria vital de alguien que también pasaba por ahí. Y otros vuelven, pero no por sus pies sino descalabrados. Y otros incuban secuelas invisibles, bombas de relojería interna que estallarán en el organismo (personal y social) más tarde.
Tal vez porque la historia que ha motivado esta columna viene de Rusia, estas líneas tienen, me doy cuenta, un tono dostoievskiano, como de Crimen y castigo (ambos representados cruel e injustamente en los ojos de esos jóvenes) en versión discoteca. Y a lo mejor ese tono puede resultar exagerado, como una muestra en exceso del exceso. Y lo que hay que hacer es contemplar las tendencias del ocio juvenil y festivo (que ahora en verano alcanzan su apogeo) de otra manera, con mejores ojos, considerando que no encierran nada tan preocupante o temible, que todo encaja dentro de una lógica y una normalidad de los tiempos. Y que mi visión alarmada o aprensiva es sólo el producto de una suerte de diferencia horaria, como un jet lag, generacional. Pues, ojalá.