Análisis:

Un Londres al filo de la navaja

Con frecuencia, la literatura y el cine han reflejado un Londres donde el crimen, incluso el más sórdido, adquiría a veces ciertos perfiles de refinamiento y respetabilidad. Sin llegar a los extremos de esos asesinos entrañables que popularizó el cine de la inolvidable factoría Ealing, en las novelas detectivescas por antonomasia, Sherlock Holmes solía lidiar con homicidas de cierta elegancia. Ese universo ha sido definitivamente enterrado en la capital británica, escenario en los últimos tiempos de una cascada de asesinatos cuyas características fundamentales son el ensañamiento en la utiliza...

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Con frecuencia, la literatura y el cine han reflejado un Londres donde el crimen, incluso el más sórdido, adquiría a veces ciertos perfiles de refinamiento y respetabilidad. Sin llegar a los extremos de esos asesinos entrañables que popularizó el cine de la inolvidable factoría Ealing, en las novelas detectivescas por antonomasia, Sherlock Holmes solía lidiar con homicidas de cierta elegancia. Ese universo ha sido definitivamente enterrado en la capital británica, escenario en los últimos tiempos de una cascada de asesinatos cuyas características fundamentales son el ensañamiento en la utilización de armas blancas y la de cebarse en los más jóvenes. Las cifras lo dicen todo. En lo que va de año, han muerto apuñalados en Londres 21 muchachos que no habían cumplido los veinte años. Entre 2000 y 2006, el número de fallecimientos violentos de adolescentes nunca superó los veinte al año. Los navajazos han sustituido a los tiros.

La alarma suscitada por estos hechos se ha disparado, hasta el punto de que la delincuencia por arma de filo se ha convertido en la primera preocupación de la Policía Metropolitana, por delante del terrorismo y a pesar de que las estadísticas parecen acudir en ayuda del Gobierno laborista. Las cifras muestran que en el Reino Unido, la violencia en general no es mayor que en países similares, que los delitos violentos han disminuido un 10% en el último año e incluso que las agresiones a navajazos se mantienen en los niveles habituales. Parece que las armas, en general, matan ahora a menos gente, aunque hieren a más.

Digan lo que digan, las estadísticas son siempre anegadas por la percepción mayoritaria del fenómeno de que se trate. Y esa percepción, pese a las declaraciones tranquilizadoras del Ejecutivo, señala que lo que acontece es intolerable. Desde los conservadores, que quieren meter entre rejas a quien lleve un cuchillo, hasta la Iglesia anglicana e incluso los católicos, todos tienen ideas para poner coto a la situación. En cualquier caso, la oleada de asesinatos es un nuevo vía crucis para un primer ministro que, como Gordon Brown, está en caída libre en todos los sondeos por otros motivos desde hace muchos meses.

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