Reportaje:

El 'mono' entre camellos

Los vendedores de droga trapichean con los ex adictos en algunos de los centros de desintoxicación de la capital

Un papel de estraza lo advierte a la entrada del Centro de Ayuda al Drogodependiente: "A quien se le sorprenda comprando o vendiendo tranquimazines u otras sustancias será amonestado". Antes, hasta el año 2000, hubiese sido expulsado. Pero ahora no se puede. Los toxicómanos son enfermos legalmente. "Es como si echases a un diabético del hospital", explica uno de los responsables de Cruz Roja en estos centros.

El aviso ocupa una buena parte de una pared algo descascarillada del centro de la Casa de Campo, en la avenida de Portugal. Unos 350 toxicómanos acuden a estas instalaciones para t...

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Un papel de estraza lo advierte a la entrada del Centro de Ayuda al Drogodependiente: "A quien se le sorprenda comprando o vendiendo tranquimazines u otras sustancias será amonestado". Antes, hasta el año 2000, hubiese sido expulsado. Pero ahora no se puede. Los toxicómanos son enfermos legalmente. "Es como si echases a un diabético del hospital", explica uno de los responsables de Cruz Roja en estos centros.

El aviso ocupa una buena parte de una pared algo descascarillada del centro de la Casa de Campo, en la avenida de Portugal. Unos 350 toxicómanos acuden a estas instalaciones para tratar su adicción a la heroína. Alrededor de la pequeña construcción que les da asistencia, un grupito de camellos vagabundea por los distintos accesos. "Todos los días me ofrecen, todos, y todos les mando a la mierda", ilustra un hombre de unos cincuenta años al que no le queda un solo diente en la boca.

Uno de los responsables de los programas de desintoxicación confirma las denuncias. "Alrededor de los puntos de ayuda hay vendedores. Los enfermos son un reclamo. Si hay gente enganchada, hay gente ofreciendo droga", concede un coordinador de Cruz Roja. "Incluso cuando hay unidades móviles, se enteran de por dónde van a parar y pululan por allí", insiste.

Pero éste es un negocio de doble dirección. A su vez, algunos de los apuntados al programa venden las pastillas que se les suministran. "Algunos trapichean entre ellos", reconoce un guardia ilustrado que sostiene un libro de Goytisolo. "Cogen las medicinas y las intercambian", comenta.

"Lo que hacemos con los que pillamos es reducirles las dosis. Hay gente a la que no se le puede dar 20 pastillas de golpe porque te monta un mercadillo en la puerta", confirman desde Cruz Roja.

En esa zona, cerca del metro, siempre ha habido una concentración de camellos muy alta. Los vecinos sostienen que ahora se mantiene igual de nutrida. Pero las instituciones y el Ayuntamiento aseguran que "ha bajado un montón". Otro de los aspectos que han denunciado algunos toxicómanos es la peligrosidad -"incluso se ha llegado a agredir a alguna voluntaria de Cruz Roja"-. Un extremo que la organización reduce: "A veces hay incidentes, pero no es lo habitual".

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Cerca del CAD de la Casa de Campo hay unos barracones algo desvencijados donde viven algunas personas sin hogar. También en los jardines cercanos hay gente tirada en el césped consumiendo vino. Algunos chicos con pinta de estar vestidos para el fin de semana comercian con un hombre apostado en una papelera y cubierto por un anorak. Es uno de los camellos que rondan alrededor. Una tentación para los enfermos. Un problema para los voluntarios. Un pequeño incoveniente para el Ayuntamiento.

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