Crónica:LA CRÓNICA

La ciudad aproximativa

Uno de los enclaves más bellos que, sin duda, alberga Barcelona es Ciutat Meridiana, con sus letras gigantes, clavadas en la pared de un puente, que dicen "Benvinguts a Ciutat Meridiana". La belleza de Ciutat Meridiana es la de los bloques de edificios que se han echado al monte porque la ciudad no ha querido acogerlos. Es un atractivo aproximativo, pues depende de si se está de parte de los bloques o de la montaña. El camino a Ciutat Meridiana el viajero lo va a disfrutar mejor que con cualquier otro medio de transporte si llega montado en el autobús 62, en compañía de los vecinos que vuelven...

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Uno de los enclaves más bellos que, sin duda, alberga Barcelona es Ciutat Meridiana, con sus letras gigantes, clavadas en la pared de un puente, que dicen "Benvinguts a Ciutat Meridiana". La belleza de Ciutat Meridiana es la de los bloques de edificios que se han echado al monte porque la ciudad no ha querido acogerlos. Es un atractivo aproximativo, pues depende de si se está de parte de los bloques o de la montaña. El camino a Ciutat Meridiana el viajero lo va a disfrutar mejor que con cualquier otro medio de transporte si llega montado en el autobús 62, en compañía de los vecinos que vuelven del trabajo. El autobús, antes de entrar en este apartado barrio de Barcelona, que linda con Montcada i Reixac, da un rodeo por el área colindante, incluidos el parque de Can Dragó y los descampados de los antiguos cuarteles de Sant Andreu, y, al fin en Ciutat Meridiana, recorre sus cuestas una y otra vez, de arriba abajo, dejando a izquierda y a derecha barrancos edificados, atascándose en las curvas cerradas cuando hay un coche aparcado demasiado cerca de la curva, y dibujando así, a lo largo de su ruta, un scalextric económico. La belleza de Ciutat Meridiana es una belleza aproximativa de pinos viejos y de edificios viejos con celosías de obra, que trazan caprichos hexagonales, probablemente en alusión a la vida en las colmenas. Es una belleza, también, de pisos con porche de cemento, a veces graciosamente embaldosado, que acumula en su peana superior cables, pinzas, perchas, trastos que van cayendo de las ventanas. Pero es sobre todo una belleza ascendente de empinadas escaleritas de hormigón que han domesticado a la montaña, y de suaves y flamantes escaleras mecánicas que han hecho más doméstica la vida de la gente. Para salvar la hondonada de matas nitrófilas y de peldaños de Portland, o de Asland, que unen las calles y las viviendas con la boca del metro, aún nueva, brillante de aluminio y de fulgor administrativo, se ha instalado un ascensor aproximativo, que a primera vista tiene más de funicular que de ascensor, y en el cual el viajero que visite este lugar no debe perderse un corto y vivaz paseo. Por encima de este funicular aproximativo, domina la montaña el acristalado de otro ascensor que lleva a la misma boca del metro, y que tiene esmerilado un descomunal, solitario escudo de la Generalitat.

La belleza de Ciutat Meridiana es la belleza aproximativa de la mujer que sube los peldaños tirando de sus bolsas porque las escaleras mecánicas no funcionan, y es la belleza aproximativa de una modesta pista de cemento en la cual los vecinos grabaron: "11-3-78 UGT CC OO", y que comunica los bloques de un hoyo con la carretera, y así los saca a la vida, y es también la existencia aproximativa de hombres que comen pipas con sus hijos, chavales negros vestidos de raperos, chavales blancos que beben cerveza a morro con telarañas tatuadas en los codos, mulatos que se afeitan a navaja en una peluquería local, amigas que se depilan las cejas unas a otras ("si te las hace una peluquera, que duele, ¿por qué no te las puedo hacer yo?"), jubilados con vaqueros de pinzas que se cuentan sus cosas ("¿en casa, fumas?", "no, en mi casa no me dejan. Un paquete nada más..."), ancianos con la bandera blanca de la traqueotomía, obreros con la ropa salpicada de yeso y con la piel tostada de la obra, mujeres con hiyab que vienen de hacer sus prácticas de conducir, y es también la existencia aproximativa del níspero naranja de nísperos que crece ante el edificio de paredes desconchadas, rebozadas de mortero, y de placa histórica con la casita y el haz de flechas. Frente a este bloque, sentados en un banco, un matrimonio de ancianos pinta su gótico americano, ella con un bastón en las manos.

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