Crítica:

La madre Rusia

Entre los cineastas amados por los mejores festivales y por una parte de la crítica especializada, pero ninguneados por la distribución cinematográfica española, Ale-xandr Sokurov podría ejercer de adalid. ¿Razones para el olvido? Sin duda, la presumible (y comprobable) dificultad de su obra para buena parte del público. En activo desde 1987, aunque hasta una década después no se inició en el cine comercial -si es que esta palabra puede ir unida a su figura-, presente en la sección oficial de Cannes en seis ocasiones, el cineasta ruso sólo ha logrado estrenar una película en los cines españole...

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Entre los cineastas amados por los mejores festivales y por una parte de la crítica especializada, pero ninguneados por la distribución cinematográfica española, Ale-xandr Sokurov podría ejercer de adalid. ¿Razones para el olvido? Sin duda, la presumible (y comprobable) dificultad de su obra para buena parte del público. En activo desde 1987, aunque hasta una década después no se inició en el cine comercial -si es que esta palabra puede ir unida a su figura-, presente en la sección oficial de Cannes en seis ocasiones, el cineasta ruso sólo ha logrado estrenar una película en los cines españoles: El arca rusa (2002), un prodigio técnico repleto de escenarios, personajes y extras, rodado en un único plano secuencia de hora y media de duración. Algunos años (y películas) después, nos llega la segunda: Aleksandra, un viaje a través de la guerra y en torno a la familia, ambientado en el conflicto ruso-checheno.

ALEKSANDRA

Dirección: Alexandr Sokurov.

Intérpretes: Galina Vishnevskaya, Vasili Shevtsov, Raísa Gichaeva, Andréi Bogdánov.

Género: drama. Rusia, 2007.

Duración: 95 minutos.

Mujer temperamental

Un tanto más accesible para el público que buena parte del resto de su obra, caracterizada por la lentitud y la impenetrabilidad de su discurso político, histórico y ético (como en su trilogía sobre los imperios: Taurus, Moloch y El sol, protagonizadas por Stalin, Hitler e Hirohito), Alekxandra sorprende desde el inicio por la, en principio, nula verosimilitud del planteamiento de su historia: una anciana que, en medio de la batalla, llega a un campamento en el que se encuentra su nieto, un oficial con el que pasará unos días.

Narrada con absoluto realismo, uno espera que ante tamaña tesitura, digna de un gag de Gila, en algún momento se ponga de manifiesto una alegoría hasta entonces invisible para el espectador. Quizá Soku-rov esté hablando de la madre Rusia y sus hijos díscolos (Chechenia, entre ellos), de ahí que el retrato de la anciana sea el de una orgullosa, temperamental y casi repugnante madre de familia, pero el insondable sentido de la narrativa de Sokurov hace que no se pueda poner la mano en el fuego, sobre todo porque visualmente tiende a engrandecer a la mujer protagonista, y ello lleva a la teoría de que en realidad el cineasta, aunque pacifista, pues el absurdo de la guerra queda claro, se coloca del lado de la gran Rusia, al menos en el conflicto checheno.

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