"Un perro tiene en Suráfrica más derechos que yo"

Los refugiados acosados por la oleada xenófoba tienen miedo de volver a casa

"Llegaron a nuestra calle gritando que nos fuéramos del país, eran unos 30 y llevaban palos y pistolas. Entraron en nuestras casas, las saquearon, nos golpearon y quemaron algunas de las chabolas. Nos refugiamos en el bosque y allí pasamos la noche hasta que la policía nos dijo que viniéramos a la comisaría, el lugar donde estaríamos más seguros". Eunice tiene 23 años, un bebé de nueve meses y mucho miedo: huyó de la miseria en Zimbabue, pero en Johanesburgo ha acabado encontrando el infierno.

La mayoría de los que, como Eunice, fueron atacados en el gueto de Alexandra -aquí se inició h...

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"Llegaron a nuestra calle gritando que nos fuéramos del país, eran unos 30 y llevaban palos y pistolas. Entraron en nuestras casas, las saquearon, nos golpearon y quemaron algunas de las chabolas. Nos refugiamos en el bosque y allí pasamos la noche hasta que la policía nos dijo que viniéramos a la comisaría, el lugar donde estaríamos más seguros". Eunice tiene 23 años, un bebé de nueve meses y mucho miedo: huyó de la miseria en Zimbabue, pero en Johanesburgo ha acabado encontrando el infierno.

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La mayoría de los que, como Eunice, fueron atacados en el gueto de Alexandra -aquí se inició hace más de una semana la ola xenófoba que ha conmocionado Suráfrica- proceden de Zimbabue. La furia parecía ayer contenida, pero todas las alarmas siguen avisando de que puede volver a descontrolarse en cualquier momento. El balance sumaba ayer 24 muertos y 13.000 desplazados, refugiados en comisarías de policía, iglesias y centros comunitarios, aterrorizados y sin apenas pertenencias. Y el Gobierno, que redobló su promesa de protección, seguía meditando sobre la posibilidad de recurrir al Ejército para respaldar a la policía, desbordada, y cortar de cuajo los desórdenes. Sabe que la mecha puede volver a prender en cualquier momento.

Los refugiados que se apiñan en la comisaría de policía de Alexandra tienen demasiado miedo a poner el pie en la calle y volver a su barrio. "No sé dónde voy a ir, me aterroriza salir de aquí", explica Josephine Sibanda, de 44 años y siete hijos. Esta zimbabuense -pañuelo liado a la cabeza a juego con la falda, el único vestido que le queda- habla desde la sala de conferencias de la comisaría, reconvertida en improvisado dormitorio para más de 500 refugiados.

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"Quemaron mi casa, mi ropa, la ropa de los niños, no tengo nada. Nos refugiamos en el bosque, éramos más de 100 los que pasamos la noche escondidos. Mis vecinos decidieron quedarse. Los mataron el lunes. A los surafricanos no los tocaron", cuenta Sibanda. Diabética, decidió emigrar a Suráfrica: "En Zimbabue no hay tratamiento médico, no hay trabajo, no hay nada".

Los zimbabuenses ni siquiera se plantean regresar a su país después de los ataques xenófobos. "Zimbabue es hambre", dice otra refugiada, Lucy Mojo, de 26 años. El régimen de Robert Mugabe, en el poder en Zimbabue desde 1980, está colapsado: la inflación supera el 160.000% y el paro, el 80%. Las ONG estiman que más de tres millones han emigrado a Suráfrica en un lustro, una avalancha muy mal digerida por algunos surafricanos, que responsabilizan a los refugiados de todos sus males.

Simon, de 30 años, procede de Burundi y siente que el odio no distingue entre nacionalidades, sino que se dirige indiscriminadamente contra todos los inmigrantes: "Los perros surafricanos tienen más derechos que yo. Soy un hombre, tengo derechos, ¿no?".

Alexandra, a 20 kilómetros del centro de la ciudad, es un barrio que ahora cuenta con 200.000 habitantes. Fue creado en los años sesenta por el Gobierno del apartheid, necesitado de mano de obra barata y cerca de la capital. En los últimos años se había caracterizado por ser tolerante y multicultural después de superar durante la transición las batallas más encarnizadas entre los militantes zulúes del Partido Inkatha y los del Congreso Nacional Africano (ANC).

En aquellos años turbulentos se sucedían aquí los necklacces (collares): la colocación de una rueda de neumático con gasolina en el cuello de una persona, a la que se prende fuego. La terrible práctica ha vuelto con la ola xenófoba.

Muchos suburbios viven una situación explosiva: la falta de servicios, de vivienda en condiciones -pese a las promesas del Gobierno-, el desempleo superior al 40% y altas tasas de criminalidad han acabado ya con la Alexandra multicultural y han abierto una brecha entre los vecinos "viejos" -surafricanos- y los "nuevos" -extranjeros-.

La coordinadora de los servicios a los refugiados en la comisaría, Elisabeth Mokoena, niega que los ataques en Alexandra obedezcan sólo a xenofobia -"se atacó también a surafricanos", dice- y opina que la turba se cebó en un área "en la que se sabe que viven muchos criminales".

Policías surafricanos, ante tres víctimas de los ataques xenófobos en las afueras de Johanesburgo.AFP

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