Cartas al director

Hartos de sí mismos

El escritor Francisco Ayala cumplió hace unos días 102 años y se declaró "harto de Ayala". Pero el primero que estuvo harto de sí mismo fue Borges. Estoy harto de Borges, suplicó. Harto de su personaje, de ese desconocido acosado a preguntas, que el otro, el mismo, tenía que resolver con paciencia educada, mientras el flas de los fotógrafos lo hacía más irreal.

Un periodista en Lima le preguntó: "¿Es usted ciego ciego o ve algo?". "Le juro que soy ciego", respondió, ofendido. Otro en Madrid, le pidió la dirección de la casa donde estaba el verdadero Aleph. Había previsto que la multipli...

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El escritor Francisco Ayala cumplió hace unos días 102 años y se declaró "harto de Ayala". Pero el primero que estuvo harto de sí mismo fue Borges. Estoy harto de Borges, suplicó. Harto de su personaje, de ese desconocido acosado a preguntas, que el otro, el mismo, tenía que resolver con paciencia educada, mientras el flas de los fotógrafos lo hacía más irreal.

Un periodista en Lima le preguntó: "¿Es usted ciego ciego o ve algo?". "Le juro que soy ciego", respondió, ofendido. Otro en Madrid, le pidió la dirección de la casa donde estaba el verdadero Aleph. Había previsto que la multiplicación de los espejos, como la de la carne, era atroz. Pero también lo fue la multiplicación de su imagen, la reproducción de sus opiniones, la repetición de su ingenio. Felizmente, no pudo ver el papel de personaje de El Sur, con un cuchillo en la mano y paso dudoso. Quizá por eso el puertorriqueño José Luis Vega escribió una defensa universal de los poetas viejos: "Al poeta, por favor, no le obliguen a subir a la tribuna...". Otro periodista le preguntó: "Borges, ¿usted piensa morirse?". "No", replicó, "un caballero a mi edad no debe cambiar de hábitos". Había escrito que alguien murió "harto de años".

Borges le tuvo horror a la muchedumbre, y prefería no saber que la sala estaba llena. A solas, o apenas acompañado, se sentía menos harto. Sábato, en cambio, al bajar de un avión tomaba a la muchedumbre por una manifestación de lectores. Se ha repetido hasta el hartazgo que un día que firmaban interminablemente sus últimos libros, Borges le dijo: "¿Se da usted cuenta, Sábato, de lo valioso que serán en el futuro los libros que no hemos firmado?". Ahora los libros se compran prededicados por el autor de harturas. Sus lectores lo obligamos a citarse de memoria, a soñarse despierto como si despertara dormido. Todos hemos contribuido a alguna variación del género Borges y yo. De un estudiante sólo recuerdo que su currículum incluía: "1981: recibí a Borges en el aeropuerto".

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