Columna

Aires de provisionalidad

El ciclo de la generación Aznar ha terminado en el PP. La renovación es inevitable. Ya sólo es cuestión de ritmos y de tiempos. Es un grupo de políticos que empezó joven y que tienen ahora edades a las que en muchos países se empiezan a alcanzar los altos cargos políticos. Pero es una peculiaridad del sistema español, consecuencia probablemente de ser un régimen con dos cabezas, la aristocrática y permanente (el Rey) y la democrática y cambiante (el presidente del Gobierno), que se llega temprano y se sale pronto de la cúspide del poder.

La generación Aznar se quemó en dos legislaturas ...

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El ciclo de la generación Aznar ha terminado en el PP. La renovación es inevitable. Ya sólo es cuestión de ritmos y de tiempos. Es un grupo de políticos que empezó joven y que tienen ahora edades a las que en muchos países se empiezan a alcanzar los altos cargos políticos. Pero es una peculiaridad del sistema español, consecuencia probablemente de ser un régimen con dos cabezas, la aristocrática y permanente (el Rey) y la democrática y cambiante (el presidente del Gobierno), que se llega temprano y se sale pronto de la cúspide del poder.

La generación Aznar se quemó en dos legislaturas de Gobierno. Le perdió la insolencia, la guerra de Irak y algunas mentiras. Aznar se fue y les dejó una herencia complicada. Su obstinación con la guerra le había radicalizado mucho y no era fácil recuperar los acentos liberales y centristas de la primera legislatura. Para hacerlo más difícil todavía, a algunas figuras de aquel momento les faltó la grandeza de marcharse a tiempo. Especialmente, Acebes, el ministro del Interior del 11-M, que no tuvo la dignidad de irse a casa. Conscientes de que era difícil recuperar la imagen de un partido moderado, optaron por jugar una legislatura brutal, a la desesperada, convencidos de que era su última oportunidad. La han perdido, es hora de dejar paso a la renovación. Eduardo Zaplana ha sido el primero en hacerlo. Otros, tanto o más abrasados que él, se resisten todavía.

La continuidad de Rajoy plantea demasiadas preguntas como para ser vista como definitiva

De momento, Rajoy sigue porque las fuerzas vivas de los partidos cuando suenan aires de cambio sienten vértigo. Especialmente en España, donde hay baronías y poderes territoriales muy instalados al margen de los vaivenes de la organización. Pero la permanencia de Rajoy da inevitablemente provisionalidad a los cambios que se puedan producir tanto ahora como en el Congreso de junio. Y algunas de las incorporaciones que se hicieron pensando en ganar son ahora más una carga que una solución de futuro: Pizarro, por ejemplo. Los barones buscan ritmos diferentes. Esperanza Aguirre, que sabe que fuera de Madrid carece de buen cartel, tiene prisa. Conoce perfectamente que si los barones periféricos se coordinan, ella no tiene nada que hacer. España está evolucionando hacia una estructura en que el conflicto periferia-centro irá dejando de ser patrimonio de los nacionalistas periféricos. Los barones del arco mediterráneo prefieren ver cómo evoluciona la legislatura, convencidos de que hay tiempo para dar el golpe necesario. Por su lado, algunos jóvenes, que aprendieron a hacer política en el sector liberal del entorno de Aznar, están tanteando la posibilidad de empezar a hacer el asalto al poder del PP al modo como Zapatero lo hizo en el PSOE.

La continuidad de Rajoy plantea demasiadas preguntas como para que pueda ser vista como definitiva. ¿Puede un hombre de Aznar liderar el cambio sin que parezca tutelado? Una persona como Rajoy, que siempre ha dejado a medias las iniciativas de cambio que ha emprendido, ¿tiene la fuerza y la autoridad para darle la vuelta al partido o, simplemente, está trabajando en beneficio de otros que le han pedido tiempo? La parsimonia de Mariano Rajoy es la expresión de la provisionalidad de la hoja de ruta emprendida.

Tampoco Zapatero, el ganador, parece haber disipado todas las dudas. Sospecho que Zapatero, que el verano pasado estaba convencido de alcanzar la mayoría absoluta, se ha preguntado: ¿cómo es posible que después de una legislatura con tanta bonanza económica y con una oposición tan descentrada no la haya conseguido? Del acierto en la respuesta puede depender su futuro. De momento, filtrando la idea de que va a formar un Gobierno para un par de años, es decir, hasta después de que España ocupe la presidencia europea, está dando a entender que el destino político de la legislatura está en suspenso, a la espera de ver cómo se traduce en España la crisis económica mundial.

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Curiosamente, la victoria del PSOE, con nota alta por encima del Ebro, ha generado celos y recelos entre algunos barones territoriales socialistas. España es así. En un partido de tan amplio espectro como el socialista, que reproduce en su interior la complejidad del país, nunca se podrá tener a todo el mundo contento por igual. Si Zapatero no aprovechó la legislatura anterior, con la economía de cara, para avanzar hacia un federalismo real, menos va a hacerlo cuando la crisis acecha. Pero sería un disparate que se llegara a la conclusión de que hay que penalizar a quienes más les votaron.

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