OPINIÓN

Polémicas terapias

Apenas quedan paños calientes de los que echar mano para caracterizar lo que ocurre en la escena financiera global: una severa crisis crediticia que no remite, a pesar de la variedad de terapias hasta ahora aplicadas. Aunque el origen de la infección sigue activo, ya no es sólo la mera dimensión financiera del desplome inmobiliario estadounidense, para extender la quiebra de la confianza a otros mercados e instrumentos; también a instituciones financieras, dentro y fuera de EE UU, que poco tienen que ver con la operativa fundamentada en esas hipotecas subprime cuya insolvencia emergió e...

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Apenas quedan paños calientes de los que echar mano para caracterizar lo que ocurre en la escena financiera global: una severa crisis crediticia que no remite, a pesar de la variedad de terapias hasta ahora aplicadas. Aunque el origen de la infección sigue activo, ya no es sólo la mera dimensión financiera del desplome inmobiliario estadounidense, para extender la quiebra de la confianza a otros mercados e instrumentos; también a instituciones financieras, dentro y fuera de EE UU, que poco tienen que ver con la operativa fundamentada en esas hipotecas subprime cuya insolvencia emergió en toda su extensión el pasado verano.

Ese fácil y variado contagio es lo que comparte con crisis anteriores, pero la vulnerabilidad de algunos de los más importantes operadores estadounidenses la singulariza suficientemente. En el más importante sistema financiero del mundo, también el principal exportador de cultura y habilidades bancarias, algunas de las más importantes instituciones están requiriendo el salvamento de las autoridades. El último ha evitado el colapso de Bear Stearns, uno de los bancos de inversión que precisamente renunció a participar en el apoyo de emergencia, también coordinado por la Reserva Federal, al hedg fund LTCM en 1998.

Nunca un banco central hizo, como ahora la Fed, un despliegue de medidas tan innovador para oxigenar la economía

No será la última de las intervenciones de ese banco central con el fin de evitar que ésta sea la crisis más grave desde la II Guerra Mundial, como ha afirmado Alan Greenspan, o una nueva edición de la que sufrió Japón a principios de la pasada década y cuyas secuelas no han desaparecido completamente. La rapidez y flexibilidad con que está actuando la Fed es, entre otras, una de las diferencias más significativas. También se está convirtiendo en un foco de controversia.

Nunca un banco central hizo un despliegue tan amplio e innovador, tan manifiestamente heterodoxo, de actuaciones destinadas a oxigenar al conjunto de su sistema financiero: desde las pronunciadas reducciones de tipos de interés hasta la activa mediación en el salvamento de una entidad que no es precisamente un banco comercial, pasando por la ampliación y abaratamiento de las posibilidades de descuento. En la excepcionalidad de algunas de ellas se refleja que el potencial desestabilizador de las amenazas que percibe ese banco central es superior a los posibles daños colaterales que sufrirá la propia institución: a través de la pérdida de credibilidad antiinflacionista y, quizá, lo que es peor, de la erosión reputacional derivada de la acusación de favorecer comportamientos irresponsables, al asegurar el salvamento en última instancia de aquellos operadores considerados demasiado grandes para dejarlos caer. Siendo relevantes algunas de esas críticas, más lo serían las consecuencias de la inacción, limitándose a presenciar la propagación de esa compleja infección al conjunto del sistema financiero y la llegada de una nueva recesión a la economía real. Además, en un contexto como el actual, de intensa globalización financiera, los costes de la ortodoxa inhibición no serían exclusivamente americanos. -

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