Crónica:LA CRÓNICA

El hechicero

-Mi novia me ha dejado. ¿El profesor Sekoh puede arreglar eso?

Según el papel que recibí en el metro, el profesor Sekoh puede arreglarlo todo: problemas de amor, negocios, vicios de droga, alcohol. Su presentación, rodeada con estrellas y medias lunas, dice: "Astrólogo grande e ilustre espiritualista dotado con don hereditario". Y luego exhorta: "Deja de sufrir, esta llamada será luz en tu camino".

El asistente del profesor me cita en su "oficina", a pocas calles de la estación de Sants. Cinco minutos antes de la hora, me llama para confirmar mi asistencia. Cuando llego, me hace ...

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-Mi novia me ha dejado. ¿El profesor Sekoh puede arreglar eso?

Según el papel que recibí en el metro, el profesor Sekoh puede arreglarlo todo: problemas de amor, negocios, vicios de droga, alcohol. Su presentación, rodeada con estrellas y medias lunas, dice: "Astrólogo grande e ilustre espiritualista dotado con don hereditario". Y luego exhorta: "Deja de sufrir, esta llamada será luz en tu camino".

El asistente del profesor me cita en su "oficina", a pocas calles de la estación de Sants. Cinco minutos antes de la hora, me llama para confirmar mi asistencia. Cuando llego, me hace pasar a un pequeño salón. Es un africano muy alto y descalzo. Me llama Santi y me pide que me quite los zapatos yo también antes de ver al profesor. Oigo murmullos en los cuartos a nuestro alrededor, pero todas las puertas están cerradas.

Pasamos a una habitación muy reducida y enteramente alfombrada. Las paredes están forradas con caracteres arábigos y fotos de hombres barbados. Hay un incensario al lado de la puerta, y varios cuadernos y papeles tirados por todas partes, junto a botellas de agua mineral rellenas de tierra marrón. Desde el centro de la habitación me saluda el profesor Sekoh. Está sentado con las piernas cruzadas. Lleva una túnica con motivos negros, blancos y amarillos, y la cabeza cubierta por un fez rojo. No habla español. Su asistente, que ejerce de traductor, me manda sentarme en un rincón y se sitúa entre la puerta y yo.

Primero, el profesor Sekoh abre una canasta y me pide que deposite ahí los 30 euros que cuesta la consulta. Después, apoya mi mano sobre el papel de un cuaderno, y traza su silueta alrededor.

-Escribe tu nombre en el centro, y en cada dedo, el nombre de tu madre, el de tu padre y tu teléfono móvil.

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Así lo hago. Luego le explico que mi novia, a la que llamo Vanesa, me ha dejado por otro hombre, al que llamo Celso. En los dedos sobrantes escribo ambos nombres con sus apellidos. El profesor Sekoh me ofrece un puñado de conchas marinas para que las tire, como si fuesen dados. Luego las lee y me anuncia:

-Ese Celso es un hombre muy malo. Le ha hecho un hechizo a tu novia. Ella te quiere a ti, pero no puede resistir al embrujo. Es necesario hacer un trabajo para contrarrestar el suyo. Tienes que luchar por esa mujer. Es lo mejor para ti.

-Quiero hacerlo.

-Hay que traer cosas de África. Costará 750 euros.

-Es demasiado caro.

-¿Tu felicidad es más barata?

Lo pienso: ¿cuánto pagaría por mi felicidad?

-Está bien. Pero quiero hacerle daño a Celso. No sólo que ella vuelva conmigo. Que él se arrepienta.

El profesor y su asistente conspiran entre sí. Al final, me indican:

-Podemos dejarlo impotente.

Me enseñan cuadernos enteros llenos de manos y fotos de clientes. La mayoría parecen españoles, pero también hay un par de africanos. Algunos se besan con sus parejas. Otros aparecen solos, o en fotos de carnet. Cada mano trazada en el cuaderno es un padecimiento resuelto: una enfermedad, un tumor, un amor no correspondido, un despido injusto.

Al final, el profesor me pide un anticipo de dinero para empezar los trabajos. Estoy con dos desconocidos de 1,90 metros que se interponen entre la puerta y yo. Decido darles algo. Saco 15 euros.

-Ahí tienes 50 -me dice el asistente señalando la cartera.

-Son para el alquiler. El viernes les traigo más. Pero no sé si lo tendré todo tan rápido. ¿Puedo pagar por partes?

Lo discuten y me responden:

-Trae 450. Con eso alcanza para que Vanesa y Celso rompan. Luego hará falta que ella vuelva contigo y él reciba su castigo. Lo iremos viendo.

El profesor me da un cuchillo de madera con varios grabados en la empuñadora y me hace repetir tres veces el nombre de mi amada. Luego regreso al recibidor. Al fondo del pasillo, otro africano cierra la puerta de una habitación. Noto que le falta un ojo.

-No lo olvides: el viernes -se despide el asistente. Estrecho su mano. Sé que ese día, a la hora señalada, recibiré su llamada.

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