Análisis:EL ACENTO

Sondeos sin aduana

La ley prohíbe difundir encuestas electorales en los cinco días anteriores a la votación, pero permite realizarlas. Se trata de una medida discutida desde que se aprobó, en 1980; pero desde la aparición de Internet, que suprime fronteras y aduanas, es además absurda: como recoger agua con un cesto.

Se siguen haciendo encuestas hasta en la jornada electoral, y los partidos y medios de comunicación (e incluso banqueros) que las pagan pueden disponer de la información que proporcionan, pero no compartirla con el público. Se trata de una norma que se aplica en varios países, pero ya no se r...

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La ley prohíbe difundir encuestas electorales en los cinco días anteriores a la votación, pero permite realizarlas. Se trata de una medida discutida desde que se aprobó, en 1980; pero desde la aparición de Internet, que suprime fronteras y aduanas, es además absurda: como recoger agua con un cesto.

Se siguen haciendo encuestas hasta en la jornada electoral, y los partidos y medios de comunicación (e incluso banqueros) que las pagan pueden disponer de la información que proporcionan, pero no compartirla con el público. Se trata de una norma que se aplica en varios países, pero ya no se recuerdan las razones que pudieron justificarla en su momento. ¿Por qué es inconveniente conocer las preferencias políticas de los demás en vísperas de las elecciones y no en cualquier otro momento? Si se sostiene que conviene que el elector esté lo más informado posible, ¿cómo justificar que se le prive precisamente de esa información?

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El argumento de que es para evitar que influyan en su decisión se destruye a sí mismo: toda la campaña está dirigida a influir sobre el votante, y mediante informaciones normalmente más sesgadas que cualquier encuesta. Además, los efectos imaginables de los sondeos pueden operar en sentidos contradictorios: en el de acudir en auxilio del ganador probable o en el de desistir de votarle para que no alcance la mayoría absoluta. Esos efectos tienden a neutralizarse, pero aunque no fuera así, ¿por qué tales motivos de actuación serían menos dignos que cualesquiera otros? Es una limitación que pertenece al orden de la superstición más que al de la ciencia política.

Además, ¿qué sentido tiene que no se puedan leer en un periódico español unos datos que pueden conocerse a través de cualquier emisora de radio o dominio de Internet de Portugal o de Andorra, por ejemplo?

Si estas razones no fueran suficientes, puede añadirse la que con cierto cinismo ofrecía hace algunos años el semanario The Economist: "Las encuestas electorales son tan serias como la predicción del tiempo o de la economía, pasatiempos que dan empleo a unos pocos y entretenimiento inocuo a muchos. (...) No les privemos de esa diversión".

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