Reportaje:

El Casón se abre a Lucas Jordán

Visita gratis, hasta mayo, a la exposición del pintor barroco napolitano

El fresquista y pintor de caballete napolitano Luca Giordano (1634-1705), pertrechado de sus azules encendidos y sus penumbras más hondas, reaparece ahora en la cúspide de la pintura en Madrid, para cuya Corte pintó sus mejores obras, desde el Buen Retiro a El Escorial y Aranjuez, hace tres siglos. El resurgir del prolífico pintor barroco en Madrid es resultado de la feliz conjunción de dos hechos: la restauración del Casón del Buen Retiro recién culminada, donde un castellanizado Lucas Jordán pintó asombrosos frescos en su bóveda, admirada desde ayer por centenares de personas; y una iniciati...

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El fresquista y pintor de caballete napolitano Luca Giordano (1634-1705), pertrechado de sus azules encendidos y sus penumbras más hondas, reaparece ahora en la cúspide de la pintura en Madrid, para cuya Corte pintó sus mejores obras, desde el Buen Retiro a El Escorial y Aranjuez, hace tres siglos. El resurgir del prolífico pintor barroco en Madrid es resultado de la feliz conjunción de dos hechos: la restauración del Casón del Buen Retiro recién culminada, donde un castellanizado Lucas Jordán pintó asombrosos frescos en su bóveda, admirada desde ayer por centenares de personas; y una iniciativa del Museo del Prado por movilizar sus ricos fondos. Se brinda así, del artista italiano, una exposición única, de acceso gratis hasta el 4 de mayo.

De las 65 obras expuestas aflora un vigoroso impulso narrativo, que las puebla de un torbellino de héroes bíblicos, épicos o sacros, en torsiones y escorzos que acreditan la pulsión del arte barroco por yugular el vacío, emancipar el cromatismo del dibujo y llevar la primacía expresiva al gesto y al nervio mismo. "Su obra preludia el arte de Francisco de Goya", explica Andrés Úbeda, comisario de la exposición Luca Giordano en el Casón del Buen Retiro. Úbeda, desde los dibujos y grabados de Barcelón y Barsanti, ha conseguido rehacer, sobre cartón de cinco milímetros de espesor, la secuencia de los Hércules jordanescos, hoy desaparecidos, que decoraban el deambulatorio abalconado del Salón de Embajadores del Casón, último vestigio del palacio donde Jordán trabajó para Carlos II de 1694 a 1702.

En su bóveda, restaurada según un proyecto de Gian Carlo Colalucci y Carlo Giantomassi, se despliega un relato visual pintado al fresco, sobre mortero húmedo por el sexagenario napolitano en giornatas de menos de 48 horas, a 22 metros de altura, en una superficie de 476 metros cuadrados. Es una delicada secuencia de testas y yelmos bañados por estelas diagonales de luz, figuras en culminante progreso y rompimientos en gloria que exaltan la monarquía hispánica en un tiempo en que Madrid era, todavía, una de las capitales del mundo. "Es sencillamente prodigioso", dicen Carmen y Rosario, facultativa de Patrimonio Nacional y catedrática de Arte, al adentrarse al gran salón alzando sus miradas hacia la bóveda. De las pinturas de caballete admiran Rubens pintando la alegoría de la paz, restaurada por Enrique Quintana y Clara Quintanilla.

El Casón ha sido rehabilitado por el arquitecto Jaime Tarruell, que sostuvo el imponente edificio alzado sobre micropilotes para recalzarlo, ganar dos sótanos y recuperar espacios condenados. Madrid recobra así la gesta de Jordán, que logró bañar con la luz de la pintura al óleo el cénit mismo del arte al fresco.

Mesina restituida a España. Lienzo de Lucas Jordán pintado en 1678, en la exposición.LUIS SEVILLANO
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