Columna

Los otros valencianos

El PP ha introducido la inmigración en el sedicente debate electoral y lo ha hecho en unos términos polémicos sin duda gratos para su clientela, propensa a la alarma ante el aluvión migratorio, los cambios sociales que éste conlleva y complacida por lo general en todo aquello que signifique ponerle puertas al campo mediante trámites y filtros que acentúen los controles. En este sentido, y si llegan a gobernar, los populares se proponen establecer formas de evaluación profesional y cultural con el fin de seleccionar los emigrantes más cualificados. De verificarse tal supuesto, será cosa de ver ...

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El PP ha introducido la inmigración en el sedicente debate electoral y lo ha hecho en unos términos polémicos sin duda gratos para su clientela, propensa a la alarma ante el aluvión migratorio, los cambios sociales que éste conlleva y complacida por lo general en todo aquello que signifique ponerle puertas al campo mediante trámites y filtros que acentúen los controles. En este sentido, y si llegan a gobernar, los populares se proponen establecer formas de evaluación profesional y cultural con el fin de seleccionar los emigrantes más cualificados. De verificarse tal supuesto, será cosa de ver qué conocimientos concretos se les requiere, pues en el País Valenciano, a pocos rudimentos que se pidan sobre lengua e historia indígenas, los nuevos inmigrantes podrían constituirse en el segmento más ilustrado de la población.

Al margen de las objeciones que esta iniciativa popular ha suscitado, incluso de la discutible oportunidad de su planteamiento en estos momentos electoralistas agitados por los simplismos, resulta innegable que el migratorio es un fenómeno de gran calado y complejidad que los gobiernos de los países europeos de destino vienen capeando como pueden en tanto Bruselas no concierte una política comunitaria al respecto. Como es sabido, este capítulo es competencia del Estado español y la Generalitat no tiene en este apartado otra atribución estatutaria que colaborar, lo que en estos momentos le autoriza a protestar a menudo debido a la insuficiente financiación que recibe por el flujo de inmigrantes y, de paso, poner a caldo al presidente Rodríguez Zapatero, lo que ya se ha convertido en el estrambote de todo discurso oficial.

Sin embargo, debe admitirse que el Consell ha sido sensible con el problema, como refleja la creación de la Consejería de Inmigración y Ciudadanía que deja de parecer un invento meramente administrativo cuando se constata que los extranjeros empadronados en el País Valenciano ya alcanzan el 15 % del total del censo, sumando más de 730.000, y eso representa el segundo porcentaje mayor de España, después de Baleares. El Sistema de Información Poblacional de la Consejería de Sanidad, por su parte, eleva el número de extranjeros a 919.207, lo que glosa por sí solo la importancia de este segmento civil. Y las previsiones para los próximos años contemplan un aumento del mencionado porcentaje, siempre y cuando, claro está, que el sector inmobiliario recupere su euforia y vuelva a ser el panal de rica miel que ha sido.

Pero independientemente de cuanto acontezca en el inmediato futuro lo bien cierto es que sabemos muy poco acerca de estos otros valencianos que se han ido incorporando al censo y muchos incluso socialmente. Entre nosotros no se ha dado hasta ahora el Francesc Candel -un valenciano emigrante a Cataluña- que diseccionó literariamente a els altres catalans. Nuestros novelistas y sociólogos -y que me disculpen las posibles excepciones- han sentido poca curiosidad por este universo, acerca del cual han prosperado tan solo algunos pocos tópicos propiciados a menudo por la crónica periodística y, con más frecuencia, por la de sucesos. Ya se sabe: la endogamia de los jubilados británicos y nórdicos residentes, el impenetrable y expansivo universo de los chinos, la delincuencia de los balcánicos, la dócil laboriosidad de los hispanos o su envés representado por los magrebíes y etcétera.

Es obvio que está emergiendo otra sociedad multicultural, de la que se ignora en buena parte su grado de integración, acerca de la cual no hay recetas unívocas e imperativas, excepción hecha del común respeto por los valores democráticos y la ley, sea cual fuere la civilización o repertorio de creencias de cada cual. Digamos que éste es el primer capítulo de la Educación para la Ciudadanía, esa asignatura crecientemente necesaria en un marco humano tan plural y cuya docencia el Gobierno autonómico bloquea mediante la pintoresca decisión de que se imparta en inglés. Una verdadera salida de pata de banco que sonroja a los -ya pocos- liberales que van quedando en el PP.

Cierto es que este calidoscopio étnico, religioso y social en el que vamos deviniendo no ha dado motivos alarmantes como allí donde el gueto y la miseria han fecundado la confrontación violenta. Pero esta bonanza no nos exime de conocer y comprender mejor este novedoso, extraño y multitudinario vecindario que la política anunciada por el PP ha sacudido con sus propuestas restrictivas.

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