Análisis:EL ACENTO

Las calderas de Pedro Botero

El infierno no es una metáfora sino un lugar, ha dicho el Papa, y la noticia no pasó inadvertida: recibió 46.950 visitas en elpais.com.

Ha sorprendido este regreso a algo que se había dado por superado: el 28 de julio de 1999, el anterior pontífice, Juan Pablo II, dijo ante miles de fieles que el infierno no es un lugar sino una situación: la de quien "libre y definitivamente se aleja de Dios". Idea que enlazaba con la que por los años del Concilio Vaticano II identificaba el castigo que esperaba a los pecadores con la privación de la visión de Dios; condena cuya naturaleza no entendían...

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El infierno no es una metáfora sino un lugar, ha dicho el Papa, y la noticia no pasó inadvertida: recibió 46.950 visitas en elpais.com.

Ha sorprendido este regreso a algo que se había dado por superado: el 28 de julio de 1999, el anterior pontífice, Juan Pablo II, dijo ante miles de fieles que el infierno no es un lugar sino una situación: la de quien "libre y definitivamente se aleja de Dios". Idea que enlazaba con la que por los años del Concilio Vaticano II identificaba el castigo que esperaba a los pecadores con la privación de la visión de Dios; condena cuya naturaleza no entendían bien los infantes de la época, pero que no suscitaba en ellos pesadillas como las que habían provocado en sus hermanos mayores las imágenes de Pedro Botero escaldando niños a perpetuidad.

Teólogos como Hans Küng rechazaron la idea misma del infierno como suplicio eterno por considerarla incompatible con la de un Dios infinitamente misericordioso.

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Otro teólogo, el suizo Urs von Baltasar, que fue amigo personal de Ratzinger, intentó una síntesis entre la tradición y la interpretación más bien simbólica del infierno diciendo que sí creía en su existencia, pero que seguramente estaría vacío. En otras palabras: que nadie puede ser tan malo como para merecer el castigo de estar sometido al fuego eterno, sin esperanza.

Abandona toda esperanza, era el aviso que recibía a los condenados a las puertas del infierno de Dante, formado por nueve círculos concéntricos, regidos por demonios que administraban tormentos de acuerdo con la gravedad de los pecados de cada cual.

Este regreso al miedo eterno como argumento frente a la "pérdida de sentido del pecado" demuestra que no siempre la calidad intelectual de las personas es garantía de buen juicio; e indica que la esperanza del premio vuelve a ser en religión menos eficaz que el temor al castigo. Los cátaros sostenían a fines del siglo XI que el infierno era el mundo material, creado por Satán, y que Dios había creado el cielo, al que escapaban las almas buenas. Idea que tal vez no sea tan ajena a la del personaje de Sartre que concluye que el infierno está aquí: "Son los otros".

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