Análisis:EL ACENTO

Tan listo como Sherlock

No es infrecuente que un autor resulte arrollado por su personaje. Sir Arthur Conan Doyle, hipnotizado por la personalidad deductiva del doctor Joseph Bell, fabricó la longilínea figura de Sherlock Holmes, un mito literario por encima del bien, del mal, de su afición a la cocaína y a tocar el violín con más voluntad que acierto. Los sherlockmaniacos aducen como prueba de la indiscutible superioridad del personaje sobre su autor que éste hubo de resucitarlo después de matarlo, quizá celoso de su popularidad, en un enfrentamiento con el inefable Moriarty. El espíritu de Holmes latía con f...

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No es infrecuente que un autor resulte arrollado por su personaje. Sir Arthur Conan Doyle, hipnotizado por la personalidad deductiva del doctor Joseph Bell, fabricó la longilínea figura de Sherlock Holmes, un mito literario por encima del bien, del mal, de su afición a la cocaína y a tocar el violín con más voluntad que acierto. Los sherlockmaniacos aducen como prueba de la indiscutible superioridad del personaje sobre su autor que éste hubo de resucitarlo después de matarlo, quizá celoso de su popularidad, en un enfrentamiento con el inefable Moriarty. El espíritu de Holmes latía con fuerza en Conan Doyle: intervino con tenacidad y acierto dispar en la resolución de varios casos policiales. Así lo cuenta con detalle el historiador Peter Costello en el libro Conan Doyle, detective. Sir Arthur cedió a la agobiante presión de los cientos de consultas que se le proponían por ser el progenitor del detective más famoso de la historia. Sus remitentes tenían derecho a pensar que era tan inteligente como su criatura; y así fue.

El caso más notorio que refiere Costello fue el de George Edalji, un británico de origen indio acusado de destripar ganado con nocturnidad y alevosía y encarcelado durante tres años. Conan Doyle consiguió reabrir el caso y, gracias a una explosiva mezcla de cualidades deductivas y astucia procesal, logró que Edalji fuera exonerado. También dio su opinión sobre el misterio de Jack el Destripador -supuso, igual que la policía londinense, que el asesino era un cirujano o un carnicero-, la misteriosa desaparición de Agatha Christie o el caso Sacco y Vanzetti.

Conan Doyle exhibió una personalidad compleja y contradictoria. Su implacable lógica deductiva, sostenida por sólidos conocimientos científicos, convivió con una pasión creciente por el espiritismo. Creía a pies juntillas en que era posible comunicarse con los muertos y fue un socio devoto de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas. Sherlock Holmes no se hubiera atrevido a tanto. Por respeto a su figura, Conan Doyle volcó sus convicciones mistéricas en otra de sus criaturas literarias, el menos conocido pero igualmente memorable profesor Challenger.

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