Columna

Los obispos se calientan

Leí la sección de Religión del Abc (29 de diciembre de 2007) con la fiebre de la zarza que ardía sin consumirse en el Sinaí y sentí la tentación de asistir a la celebración de la Jornada en Defensa de la Familia Cristiana que se anunciaba para el día siguiente, domingo, en los alrededores de la plaza de Colón.

Y lo primero en lo que pensé fue en la finura del arzobispo de Madrid, Rouco Varela, convocante de la concentración, que precisamente el domingo en que los hinchas nos quedábamos sin jornada de Liga, él venía a rescatarnos del Gólgota de no tener fútbol con una Jornada en D...

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Leí la sección de Religión del Abc (29 de diciembre de 2007) con la fiebre de la zarza que ardía sin consumirse en el Sinaí y sentí la tentación de asistir a la celebración de la Jornada en Defensa de la Familia Cristiana que se anunciaba para el día siguiente, domingo, en los alrededores de la plaza de Colón.

Y lo primero en lo que pensé fue en la finura del arzobispo de Madrid, Rouco Varela, convocante de la concentración, que precisamente el domingo en que los hinchas nos quedábamos sin jornada de Liga, él venía a rescatarnos del Gólgota de no tener fútbol con una Jornada en Defensa de la Familia Cristiana, que, en emoción, es lo más parecido a un Madrid-Barça.

¿Cómo no iba a sentir la tentación de ir a la concentración si Abc anunciaba, en un vibrante titular, que Madrid ultimaba los detalles para acoger a un millón de personas en la plaza de Colón? Mi ilusión por ir a Colón, en esos momentos del sábado, era tan limpia que ni me acordé del primer verso de Dámaso Alonso que, ya en 1944, abría premonitoriamente su libro Hijos de la ira con una pulla rockera contra esta Jornada rouco-vareliana: "Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)".

Su calentura es de estirpe religiosa y por eso los laicos no pueden comprender esa fiebre

Leí el programa de actos dividido en dos partes y me dije: "Que el cielo me atraviese con un rayo si mañana no asisto en Colón a la proyección de dos vídeos de Juan Pablo II, entre ellos el de su homilía en la plaza de Lima en 1982". Y, de paso, me acordé de Manuel Mier, ese genio de la fabricación de paraguas y bastones que tiene su establecimiento, Casa Mier, fundada en 1931, en Francisco Silvela, 1, y que talló un bastón que le regalaron a Juan Pablo II.

En la segunda parte se anunciaba una insólita procesión con la imagen de la Virgen de la Almudena, que es una Virgen casera -si no sonara a paganismo se podría decir que la patrona de Madrid es una Virgen de gineceo- y, por tanto, muy difícil de ver en la calle.

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Después se anunciaba una Celebración de la Palabra que, en mi ignorancia cristiana, interpreté como una Celebración de Juegos Florales y, en consecuencia, un espectáculo atractivo: el homenaje a la Poesía suele ser oficiado por damas.

Cerraba la segunda parte una homilía del cardenal Antonio María Rouco Varela, un sujeto extraordinariamente dotado por el furibundo Yavhé para la desestabilización democrática.

Del mismo modo que la Biblia de Carulla dice esta maravilla del nacimiento de Cristo: "Nuestro Señor Jesucristo / nació en un pesebre: / donde menos se espera / salta la liebre".

En la misma línea leporina, aunque, claro, con no tanta fortuna poética como el gran Carulla, podríamos entonar este salmo: "En cuanto Rouco Varela / abre la boca, / hasta la liebre más cuerda / se vuelve loca".

Abrió también su boca dictatorial el cardenal Agustín García-Gasco y se mostró como es: un peligro social con meninges nacional-católicas.

En la página 25 del Abc, y bajo el título de Las parroquias colindantes, se ofrecía una lista de 12 iglesias. Leí la lista y sentí bochorno de mi ignorancia arquitectónica. De las 12 iglesias sólo conocía dos: San Manuel y San Benito (Alcalá, 83) y San Pascual (Recoletos, 11).

No conocía ni el Monasterio de la Visitación (Santa Engracia, 20), ni el Oratorio Nuestra Señora de Lourdes (Fortuny, 21), ni Los Doce Apóstoles (Velázquez, 88), ni Santa Elena (Orfila, 1), ni el Santísimo Cristo de la Salud (Ayala, 12), ni Santa María del Monte Carmelo (Ayala, 35), ni Santa Bárbara (General Castaños, 2), ni las Madres Carmelitas (Príncipe de Vergara, 23), ni San José (Alcalá, 43) y ni siquiera la Concepción Real de Calatrava (Alcalá, 25), ante cuya fachada he debido cruzar muchas veces.

¿Por qué se calentaron dos cardenales y algunos obispos en la plaza de Colón? Su calentura es de estirpe religiosa y por eso los laicos no pueden comprender esa fiebre.

Un laico ve un cuerpo humano y piensa en un organismo compuesto de cabeza, tronco y extremidades. Para Rouco-Varela un cuerpo humano es algo sobrenatural. Un cuerpo humano no es algo físico: es un templo del Espíritu Santo. Los obispos hablaron a miles de templos del Espíritu Santo y por eso deliraron como profetas del Antiguo Testamento.

En cuanto a su cabreo permanente hay que decir que es el cabreo perpetuo de Yavhé que masacraba a todo cristo: al justo y al injusto, al piadoso y al hereje. El cabreado Yavhé: ese es el modelo de vida de Rouco y de sus delirantes acólitos que algunos miles de cristianos civilizados no sólo no lo comparten, sino que incluso lo repudian.

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