Chiapas en Marbellala

Quién lo diría... Marbella florida y esto parece la selva mexicana de Chiapas. Fantasía o realidad, la trastienda montuosa y cortijera de la Costa del Sol sufre ya los primeros contagios de un desaforado escaparatismo inmobiliario que ni el temido pinchazo de la burbuja parece detener. Y en previsión de lo que pudiera ocurrir, en el término municipal de Monda, a 11 kilómetros de las playas, Olimpia Rico y Francisco García se han montado su propio paraíso según los dictados del Feng-Shui y de cierta militancia verde. Un bosque de pinos, olivos y arbustos mediterráneos, en pleno parque na...

Quién lo diría... Marbella florida y esto parece la selva mexicana de Chiapas. Fantasía o realidad, la trastienda montuosa y cortijera de la Costa del Sol sufre ya los primeros contagios de un desaforado escaparatismo inmobiliario que ni el temido pinchazo de la burbuja parece detener. Y en previsión de lo que pudiera ocurrir, en el término municipal de Monda, a 11 kilómetros de las playas, Olimpia Rico y Francisco García se han montado su propio paraíso según los dictados del Feng-Shui y de cierta militancia verde. Un bosque de pinos, olivos y arbustos mediterráneos, en pleno parque natural de la Sierra de las Nieves, defiende sus posesiones frente al avance de otras selvas no muy lejanas. La edificación turística, cuestionable en los gustos, exhibe una techumbre de madera y muros de adobe, materiales etiquetados por la causa como ecológicos. Incluso las baldosas de los suelos descargan la electricidad estática de los paseantes. Un huerto ad hoc abastece el comedor, donde se sirven unos sanísimos gazpachos y ajoblancos, los invernales potajes de tagazninas, coles y berzas, además de gachas, membrillos y conejo en salsa de los muchos que andan agazapados por estos montes.

Con semejantes credenciales no sorprende que el confort interior sea precario en aspectos como la temperatura de las habitaciones en invierno, demasiado expuestas a la intemperie, la iluminación tan ahorrativa que dificulta la lectura en la cama o la delgadez arcillosa de las paredes, por las que se filtran los más indiscretos ruidos. Evidentemente, éste es un hotel concebido para un veraneo en el campo o para disfrutar de esa eterna primavera que ofrece el litoral marbellí.

Las zonas comunes se concentran en un edificio octogonal con apariencia de tienda cheyenne. Cada una de las habitaciones responde a un nombre de mata que crece en la finca y a un interiorismo diferente, con influencias rondeñas, sevillanas, mexicanas y hasta californianas. Según el ala que ocupan, ofrecen vistas al monte o al pinar que protege la entrada.