Columna

La burbuja parlamentaria

El pasado viernes el Parlamento catalán vivió un esperpento. Primero: El pleno del Parlamento votó la destitución de la ministra de Fomento del Gobierno español, Magdalena Álvarez. O sea, que un Parlamento pidió que se cesara a una ministra de un Gobierno emanado de otro Parlamento. Es un caso evidente de asunciones de funciones que no se tienen y de intromisión en actividades que no corresponden. ¿Se imaginan ustedes qué diríamos si el Parlamento español votara la destitución del consejero Joaquim Nadal? El Parlamento es algo demasiado serio para convertirlo en escenario de malas comedias....

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El pasado viernes el Parlamento catalán vivió un esperpento. Primero: El pleno del Parlamento votó la destitución de la ministra de Fomento del Gobierno español, Magdalena Álvarez. O sea, que un Parlamento pidió que se cesara a una ministra de un Gobierno emanado de otro Parlamento. Es un caso evidente de asunciones de funciones que no se tienen y de intromisión en actividades que no corresponden. ¿Se imaginan ustedes qué diríamos si el Parlamento español votara la destitución del consejero Joaquim Nadal? El Parlamento es algo demasiado serio para convertirlo en escenario de malas comedias.

Segundo: Naturalmente, la votación no tuvo ningún efecto legal. La propia vicepresidenta del Gobierno español se encargó de recordarlo acto seguido. O sea, que el Parlamento catalán había hecho un brindis al sol. ¿Para consumo de quién? Viendo la rapidez con que quizá, por pudor, este tema ha desaparecido de los medios se puede pensar que para casi nadie.

El Parlamento catalán cada día se parece más a una burbuja que se va alejando de la ciudadanía

Tercero: La votación dejó al PSC en solitario. Fue el único que no pidió la dimisión de la ministra, aunque tampoco la defendió. La soledad del PSC se agravó por la ausencia del presidente de la Generalitat, que dejó solos a sus compañeros de partido en el amargo trance, probablemente con la intención de devaluar todavía más una votación que estaba devaluada desde el primer momento. Si lo que los demás partidos trataban era de demostrar el sucursalismo del PSC, no hacía falta esta votación: bastaba resaltar el papel del grupo parlamentario socialista en el Congreso de los Diputados, que es el eslabón débil de la credibilidad de la política de los socialistas catalanes.

Cuarto: El PSC se quedó sólo porque los otros dos partidos de la coalición de Gobierno -previa pelea entre ellos- votaron el cese de la ministra. Y, sin embargo, desde antes de la votación estaba claro que este hecho no tendría ningún efecto sobre el Gobierno. La divergencia se daba por amortizada antes de empezar. Con lo cual se agrava la frivolidad de este acto parlamentario. Si no ha tenido efectos políticos inmediatos es de suponer que habrá sido porque era una votación irrelevante. Y si era irrelevante, ¿por qué se llevó a cabo? De todos son conocidas las diferencias ideológicas y estratégicas entre PSC, ICV y ERC. Su confluencia táctica en un Gobierno de izquierdas, ciertamente no impide que sus posiciones sobre temas claves del autogobierno sean diferentes. Y es lógico que éstas se evidencien en el curso de una campaña electoral o en la toma de decisiones de un Gobierno de coalición. Pero cuando la discrepancia toma forma de votos ya es más complicado. El desacuerdo sobre el referéndum estatutario provocó la ruptura del Gobierno anterior. Sin duda, lo acontecido el pasado viernes es de relevancia muy menor. ¿Hay que entender que los tres partidos lo colocan en la casilla de las discrepancias aceptables en periodo electoral? O sea, pura comedia.

Quinto: Para mayor sarcasmo, en el mismo momento en que se estaba realizando la votación en el Parlamento, sindicatos y asociaciones de usuarios de Cercanías ofrecían una conferencia de prensa sobre indemnizaciones y otros aspectos de la crisis de los trenes. Preguntados sobre lo que está ocurriendo en el Parlamento, manifestaron que no les importaba lo más mínimo. El Parlamento estaba en pleno ritual del absurdo mientras los afectados lidiaban sus problemas por su lado. El abismo sigue creciendo.

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Éste es el retablo de la situación. Puesto que siempre todo puede empeorar, sin duda el Parlamento catalán y, de rebote, la política catalana todavía pueden descender algunos peldaños más en el desprestigio. Pero me parece este caso paradigmático: un Parlamento que se atribuye competencias que no tiene, como consecuencia de lo cual que el Gobierno vote dividido no tiene la menor importancia. O sea, puro entretenimiento. ¿Por qué? Porque todos habían dado por bueno, desde el momento en que aceptaban una votación inútil, que no tendría consecuencia alguna. Y porque en el fondo todos sabían que era un acto retórico. Es decir, que la pregunta y la respuesta importaban poco porque todo, hasta sus efectos más ínfimos, estaba ya decidido.

Puede efectivamente que no tenga consecuencia tangible alguna. Pero, sin duda, tiene ya a simple vista la primera: la degradación de la política catalana crece. La sensación de que casi todo es comedia aumenta. Y, en cualquier caso, las consecuencias acabarán siendo grandes si el Gobierno deduce de este episodio que cualquier desencuentro entre sus miembros está descontado y que tienen barra libre para ir cada cual por su lado. Esta vez la frivolidad de la votación en sí les ha salvado. Pero las frivolidades también se pagan. Y si el Gobierno ha salido aparentemente sin rasguños lo debe en gran parte a la debilidad de una oposición que se equivocó al plantear un envite que cayó por la propia inercia de su lenidad.

Burbuja: "glóbulo de aire u otro gas que se forma en el interior de algún líquido y sale a la superficie del mismo", dice el María Moliner. El Parlamento catalán cada día se parece más a una burbuja que se va alejando del líquido en que se formó, es decir, de la ciudadanía, y en la que se producen aburridos espectáculos para consumo estricto de la clase política y sus aledaños. Y las burbujas, cuando pierden contacto con la superficie, se desvanecen en el aire.

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