Columna

Esperanza de vida

Una vez consentí a una tipa inspirada que me leyera el futuro. Yo tenía apenas 20 años, ella estaba enorme y con tal de que me cogiera la mano dejé que jugara a predecir mi vida. Fue un error. Aquella mema de voz atiplada y generosas curvas recorrió con sus dedos las rayas de mi palma derecha y empleando una jerga pretenciosa que apenas entendí me pronosticó una existencia corta. La muy cabrona tuvo la osadía de fijar hasta los años que me quedaban de respirar anunciando con una seguridad escalofriante que moriría antes de cumplir los 30.

Creo haber contado ya lo mucho que la odié hasta...

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Una vez consentí a una tipa inspirada que me leyera el futuro. Yo tenía apenas 20 años, ella estaba enorme y con tal de que me cogiera la mano dejé que jugara a predecir mi vida. Fue un error. Aquella mema de voz atiplada y generosas curvas recorrió con sus dedos las rayas de mi palma derecha y empleando una jerga pretenciosa que apenas entendí me pronosticó una existencia corta. La muy cabrona tuvo la osadía de fijar hasta los años que me quedaban de respirar anunciando con una seguridad escalofriante que moriría antes de cumplir los 30.

Creo haber contado ya lo mucho que la odié hasta alcanzar esa edad en la que me sentí renacer. Siempre me viene a la memoria aquella pitonisa cada vez que el Instituto Nacional de Estadística saca sus cálculos sobre la esperanza de vida de los españoles, la que ahora sitúa en los 80 años. Ochenta sacando la media entre hombres y mujeres porque la discriminación positiva favorece a las señoras con una perspectiva que roza los 84 años mientras la de los caballeros apenas llega a los 77.

Lo normal y casi decente es que a partir de los 80 años te vayas muriendo para ser oficialmente correcto.
El trabajo puede ser una forma de mantenerte vivo, si no dejas que te mate. Nadie puede poner límites a la vitalidad de cada cual.

Soy consciente de que en esas cifras están los que se van a morir con más de 100 años y los que palman al poco de nacer pero de alguna forma el dato pone fecha de caducidad a tu vida. Luego esto es como los yogures o las sardinas en aceite que si los conservas bien y no han recibido golpes están mejor pasados de fecha aunque no puedas dárselos a los amigos.

Así que esa institución del Ministerio de Hacienda parece indicarte que lo normal y casi lo decente es que a partir de los 80 te vayas muriendo para ser oficialmente correcto.

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Mi recomendación es que no hagan caso y pasen de la estadística, como yo debí pasar de la echadora de cartas y tirar para adelante sin mirar el carné de identidad por mucho que trastorne las cuentas del Estado. Y digo lo del trastorno porque en cuanto un ciudadano pasa a formar parte de las llamadas clases pasivas lo que realmente le interesa al Estado es que la casque cuanto antes y a ser posible sano. Un atropello, un ataque al corazón, cualquier episodio repentino que le lleve a la tumba sin generar gastos a la seguridad social.

Esto es lo que económicamente conviene a la hacienda publica para que no se disparen los gastos del estado del bienestar. Como la cámara de gas resulta un poco inconstitucional a los que manejan las cuentas, se les ha ocurrido una solución que puede paliar los efectos nocivos de nuestra buena salud y ese intolerable incremento de la esperanza de vida. Consiste en incentivar el alargamiento de la vida laboral. Para ello han elaborado una ley que concede beneficios a quienes se retiren con más de 65 años y a las empresas que contraten trabajadores mayores.

A primera vista, la idea no esta mal, aunque subir la pensión un 15% por trabajar hasta los 70 años no me parece muy tentador. Es más, me preocupa que tal posibilidad constituya un acicate para que esos hijos que permanecen apalancados en casa de los padres con 35 tacos decidan alargar su adolescencia hasta los 40 años.

Hoy por fortuna la inmensa mayoría de los ciudadanos contempla la jubilación como una etapa de la vida llena de posibilidades. Un periodo en el que pueden hacer todo aquello que las obligaciones laborales nunca les permitieron. A esas alturas de la vida, las hipotecas suelen estar pagadas y con un estado físico que te permita hacer cosas el tiempo vale más que el dinero. En cualquier caso, la norma debe ser lo suficientemente flexible para responder a las necesidades reales y no generalizar.

A los 65 años un juez, un catedrático o un investigador pueden estar en su mejor momento profesional, lo que no suele suceder con quienes sufren en su trabajo un desgaste o deterioro físico. La legislación debería favorecer fórmulas de cotización que permitan trabajar en jornadas cortas o colaborar a todo jubilable que desee permanecer en el ámbito laboral y pueda aportar su experiencia sin tener que asumir el ritmo y los horarios de sus compañeros de 30 años.

Ese paso del todo a la nada que supone la jubilación es muchas veces absurdo porque el trabajo puede ser también una forma de mantenerte vivo si no dejas que te mate. Nadie, ni siquiera el estado debe a poner limites a la vitalidad de cada cual. Cotizamos para obtener el derecho de hacer con nuestro tiempo lo que nos plazca. La ilusión y la libertad también mejoran la esperanza de vida.

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