Editorial:

¡Pobres belgas!

La larga crisis para formar Gobierno en Bélgica agrava la pérdida de identidad territorial

Más de 150 días lleva Bélgica sin Gobierno por las desavenencias sobre la futura coalición tras las elecciones del pasado junio. Todo un récord histórico en el país de Tintín. El primer ministro en funciones, el liberal flamenco Verfohstadt, no puede más que despachar asuntos corrientes. El encargado de sustituirle y triunfador de los pasados comicios, el democristiano y también flamenco Leterme, renunció, pero el rey Alberto II acaba de pedirle que siga en las consultas. No parece fácil que logre algo. Menos aún tras la decisión de los flamencos en contra de la minoría valona de sacar adelant...

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Más de 150 días lleva Bélgica sin Gobierno por las desavenencias sobre la futura coalición tras las elecciones del pasado junio. Todo un récord histórico en el país de Tintín. El primer ministro en funciones, el liberal flamenco Verfohstadt, no puede más que despachar asuntos corrientes. El encargado de sustituirle y triunfador de los pasados comicios, el democristiano y también flamenco Leterme, renunció, pero el rey Alberto II acaba de pedirle que siga en las consultas. No parece fácil que logre algo. Menos aún tras la decisión de los flamencos en contra de la minoría valona de sacar adelante en la comisión de Interior del Parlamento federal una medida que provocará la partición electoral y judicial del distrito Bruselas-Hal-Vilvorde (BHV), el único territorio bilingüe donde se permite votar indistintamente a grupos políticos tanto de Flandes como de Valonia.

La decisión sobre el futuro de BHV es de una gravedad extrema, pese a que su aplicación puede demorar aún un poco de tiempo, y siempre cabe algún tipo de negociación entre las dos comunidades para alcanzar un arreglo. Con ella se ha roto por primera vez el consenso que existía desde que Bélgica inició hace más de tres décadas su andadura federal. Significa la imposición de las tesis de la mayoría flamenca sobre la minoría valona. Y afecta directamente a esa excepcionalidad que es Bruselas y su entorno y al modelo de territorio bilingüe como es la capital belga.

Esta crisis no hace más que agudizar el equilibrio político precario de Bélgica, un país cuya identidad como Estado federal es cada vez más frágil, fragmentado por dos regiones: Flandes, al norte, rica, con seis millones de habitantes, con el neerlandés como lengua y con aspiraciones de separarse de Valonia, con cuatro millones de francófonos y más deprimida. A ello hay que sumar el preocupante ascenso de la extrema derecha.

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Muy posiblemente, la crisis de Gobierno desembocará en una alguna fórmula de coalición provisional de emergencia que lleve el país a unas nuevas elecciones anticipadas en 2009. Pero eso apenas podrá disimular el proceso de desintegración territorial que sufre Bélgica, cuya única razón como Estado parece que sea la de ser el centro de las instituciones comunitarias europeas.

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