Editorial:

Escalada del terror

Ni Karzai ni la OTAN son capaces de detener el resurgir de talibanes y Al Qaeda en Afganistán

El peor atentado suicida desde la invasión de Afganistán por Estados Unidos y sus aliados, en 2001, se produjo ayer contra una delegación de parlamentarios que visitaban una fábrica reconstruida en Baghlan, en la supuestamente tranquila región norte. Puede haber más de medio centenar de muertos y decenas de heridos entre políticos, civiles y escolares de un colegio cercano. Cinco de los diputados afganos han fallecido. La masacre pone de relieve la contradicción en la que está inmerso Afganistán: no habrá paz sin reconstrucción, y ésta es muy difícil mientras dure la guerra. El retorno de los ...

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El peor atentado suicida desde la invasión de Afganistán por Estados Unidos y sus aliados, en 2001, se produjo ayer contra una delegación de parlamentarios que visitaban una fábrica reconstruida en Baghlan, en la supuestamente tranquila región norte. Puede haber más de medio centenar de muertos y decenas de heridos entre políticos, civiles y escolares de un colegio cercano. Cinco de los diputados afganos han fallecido. La masacre pone de relieve la contradicción en la que está inmerso Afganistán: no habrá paz sin reconstrucción, y ésta es muy difícil mientras dure la guerra. El retorno de los talibanes y de Al Qaeda no cae del cielo, sino que cuenta con el apoyo de una parte de la población que se siente desprotegida por las tropas internacionales.

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El resurgir de los talibanes, que no forman una unidad compacta y que rechazaron la autoría del atentado de ayer, y el reforzamiento de Al Qaeda, que parece haber desplazado parte de su esfuerzo y sus tácticas suicidas de Irak a Afganistán, han agravado la situación. Pese a su larga historia de guerras, el terrorismo suicida de los fanáticos islamistas había estado ausente de Afganistán hasta hace poco. La contaminación proveniente de Irak es patente. Su objetivo es crear esa sensación de inseguridad y tornar su lucha contra la OTAN y el inútil e impopular Gobierno de Ahmed Karzai en una guerra de liberación contra unas nutridas fuerzas internacionales crecientemente percibidas como ocupantes.

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Afganistán no es todavía una guerra perdida, pero sí fallida, en la medida en que la comunidad internacional es renuente a aumentar los medios militares y financieros necesarios para enderezar el conflicto. La intervención exterior no pretendía tanto instaurar un Estado fuerte o un sistema democrático como estabilizar el país centroasiático, expulsando a talibanes y Al Qaeda. Pero ni la OTAN ni Karzai saben cómo afrontar la renovada insurgencia talibán y yihadista. En la última semana, los talibanes han reconquistado nuevos distritos en una provincia central, mientras sigue la ficción de que estadounidenses y británicos hacen la guerra y la OTAN se dedica a la reconstrucción. La inestabilidad en el vecino Pakistán, acrecentada con el autogolpe del presidente Musharraf, el gran aliado de Bush en la región, agrava la situación.

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