Columna

La honorabilidad de España

A ver si ahora, tal y como andan las cosas, resulta que la educación para la ciudadanía y Julio de España se van a convertir en sustancia de palique, fisgoneo e ironía para el común. Al fin y al cabo, la democracia sólo evoluciona cuando se reconoce en su propia caricatura, cuando se despoja de la solemnidad y de las medias tintas de los edificios oficiales y se acomoda en la calle, en el bar de la esquina y en las afueras, que es donde se oxigena, se arraiga y se desarrolla, aunque en ocasiones le envíen los guardias y las excavadoras. Por de pronto, Milagrosa Martínez ha colocado la gestión ...

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A ver si ahora, tal y como andan las cosas, resulta que la educación para la ciudadanía y Julio de España se van a convertir en sustancia de palique, fisgoneo e ironía para el común. Al fin y al cabo, la democracia sólo evoluciona cuando se reconoce en su propia caricatura, cuando se despoja de la solemnidad y de las medias tintas de los edificios oficiales y se acomoda en la calle, en el bar de la esquina y en las afueras, que es donde se oxigena, se arraiga y se desarrolla, aunque en ocasiones le envíen los guardias y las excavadoras. Por de pronto, Milagrosa Martínez ha colocado la gestión económica de su antecesor en el desempeño de la presidencia de las Cortes Valencianas al alcance de la curiosidad pública, con el aviso de que ponía a disposición de la Sindicatura de Comptes los gastos generales de la Cámara, aunque a renglón seguido se la ha envainado, sin sonrojo alguno y sin dar cumplidas y satisfactorias explicaciones al personal, y así se ha lesionado la ley, una vez más, y se ha dejado a los paganos a la intemperie: se les niega hasta el derecho de saber cómo se gastan los dineros que salen de su trabajo y de su bolsillo, y que van a parar a sus señorías, sin que sus señorías, cualquiera que sea su color político y a salvo algunas fugaces protestas, se sulfuren por tales reiterados comportamientos, cómplices, les guste o no, de la sistemática e indecente ocultación que se perpetra, año tras año. Milagrosa Martínez a quien parece que le han dado un buen tirón de orejas, ha refrenado sus ímpetus de esclarecer posibles despilfarros, y donde dijo diego, dice dejemos las cuentas en esa discreta penumbra, no vaya a ser que se escape todo su insoportable hedor. Julio de España abrumado -¿o asustado?-, después de algunas llamadas telefónicas, y resuelto el presunto malentendido, considera que se ha reparado su cuestionada honorabilidad. La honorabilidad de cuantos les prestan su confianza y les pagan su salario, se ve que no vale más que una papeleta. Es una honorabilidad que caduca cuando se la atrapan en la urna. Es la efímera honorabilidad del votante, ese votante con quien ya no se cuenta hasta las siguientes elecciones. Así, la democracia, que invocan sus más inmediatos beneficiarios, es una formalidad, que se guisa y se come, en los hemiciclos parlamentarios o en los plenos municipales. Una democracia de tenedor y retórica, que olvida que el votante es ciudadano. A los niños y a los adolescentes que se incorporarán a la sociedad eso de la educación para la ciudadanía, no ha de hacerles daño, si los instala en la libertad, en el diálogo, en la tolerancia y en el respeto a los demás. Francisco Camps que puede ser un asceta, pero difícilmente un gentleman, considera que esa educación debe impartirse en inglés. Quizá porque eso de la ciudadanía le suene tan remoto y ajeno, como una pieza teatral del londinense Harold Pinter, en la que denunció la represión de los kurdos y de su lengua. ¿Qué pretende Camps con la de los valencianos?, ¿no le parece docente y decente?.

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