Columna

Adversarios y enemigos políticos

En la Galicia del bipartito ha transcurrido el tiempo suficiente para que la gente se pregunte si el cambio ha merecido la pena. La pregunta entraña en realidad más interrogantes: ¿Existe realmente un cambio político? ¿Funcionan mejor las cosas ahora que con el presidente Fraga? ¿Tiene más peso Galicia en España? El hecho de que haya tantas preguntas en el ambiente refleja que no sólo hay dudas razonables, sino otras más profundas, a menudo compartidas por personas con ideologías distintas.

Es verdad que el modelo de Fraga había llegado a su fin y que, en consecuencia, era inevitable el...

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En la Galicia del bipartito ha transcurrido el tiempo suficiente para que la gente se pregunte si el cambio ha merecido la pena. La pregunta entraña en realidad más interrogantes: ¿Existe realmente un cambio político? ¿Funcionan mejor las cosas ahora que con el presidente Fraga? ¿Tiene más peso Galicia en España? El hecho de que haya tantas preguntas en el ambiente refleja que no sólo hay dudas razonables, sino otras más profundas, a menudo compartidas por personas con ideologías distintas.

Es verdad que el modelo de Fraga había llegado a su fin y que, en consecuencia, era inevitable el cambio. Éste planeó sobre Galicia no tanto por un entusiasmo colectivo como por una mera necesidad. Y el pacto de Gobierno que se produjo era el inevitable, ya que cualquier otra combinación hubiese mantenido al PP en el poder.

El cambio fue en ese sentido casi de cajón. Se trataba de airear la Administración y de barrer debajo de los muebles, como se hace en Galicia antes de que lleguen las fiestas parroquiales. Se hizo, pues, el cambio y no pasó nada. Quienes habían pronosticado que sin don Manuel los gallegos no podrían sobrevivir se equivocaron de cabo a rabo. Los socialistas y nacionalistas que fueron desembarcando en San Caetano demostraron enseguida que eran personas sensatas y que, al menos en una primera etapa, no iban a querer cambiar demasiado las cosas. Pronto lograron así que la gente los percibiese como parte de su paisaje. Y lo mismo sucedió con los empresarios, los sindicatos o las cajas de ahorros.

El poder se lo repartieron por parcelas, al tiempo que emprendieron una cierta competencia para ver quiénes gestionaban mejor y un cierto marcaje para que no hubiera desmanes al otro lado del río. Pero también hubo excepciones, sobre todo en materias como la comunicación, donde lo dejaron todo en manos de un consenso que jamás funcionó y que apenas sirvió para otra cosa que para llevarse por delante a una figura como Antón Losada. Hoy, por ejemplo, los medios públicos de comunicación no reciben menos críticas que con el PP y muchos de los privados no sólo son acusados de comer en la cadena de restaurantes montada por el ex conselleiro Pérez Varela, que sigue ahí, sino que también toman sus buenas meriendas en nuevos establecimientos. Es tal la división del Gobierno gallego en comunicación que los medios más hambrientos se amamantan por partida doble, a cambio de no hablar mal de los mesoneros.

Junto a estas nefastas y desacreditadas políticas, impropias de países modernos y evocadoras de la TVE franquista o de la prensa del Movimiento, trabajan día a día políticos y técnicos honestos que si a veces no van más lejos es por falta de estrategia política, que no de capacidad. Conselleiros como Suárez Canal o Pachi Vázquez están, en el peor de los casos, muy por encima del nivel de los gobiernos de Fraga.

El problema de esta Xunta que, lejos de ilusionar, desata interrogantes, está más en su cúpula bipartita que en su base, debido a que el presidente Touriño y el vicepresidente Quintana siguen lejos de proyectar un auténtico liderazgo político en clave gallega. Y eso es así por muchas razones, pero sobre todo porque, en vez de complementarse, se miran de reojo, a la vista de todo el que quiere ver.

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El PSOE no ha asumido todavía que la realidad política de Galicia no es bipartita, sino tripartita, y que el nacionalismo tiene un espacio propio que debe ser tan respetado como el de los socialistas o el de los populares. A veces da la impresión de que el PP es el adversario de ambos mientras que el socio de gobierno es el enemigo, lo cual no deja de ser una curiosa manera de dar argumentos a un PP deseoso de recuperar el poder, ahora bajo el mando de un joven tecnócrata como Feijóo. El absurdo es todavía mayor si se considera que, en buena lógica, el presidente Touriño debería revalidar su mandato, aliado con un BNG que si algo pretende es equiparar Galicia con Cataluña y Euskadi, donde los socialistas sí saben respetar e incluso compartir muchos de los postulados catalanistas y vasquistas. ¿Tan difícil es seguir esos pasos para un partido que también se llama PSdeG?

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