Columna

Si vas a París, papá...

... Cuidado con los apaches..., cantaba la cupletista Olga Ramos. Tampoco han de temer a los difuntos, pues hoy los llevaremos a uno de los lugares más turísticos de la capital. Mientras alquilan una bicicleta para la vuelta, y aunque a priori no venga a cuento, les explicamos cómo impuso Parmentier la moda de las patatas. Mandó plantarlas en un campo vigilado por soldados durante el día; si el ejército las protege, pensó la gente, es que deben de ser caras y exquisitas; ahora bien, las patrullas se retiraban a medianoche para que se pudieran robar impunemente. Mutatis mutandis, algo pa...

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... Cuidado con los apaches..., cantaba la cupletista Olga Ramos. Tampoco han de temer a los difuntos, pues hoy los llevaremos a uno de los lugares más turísticos de la capital. Mientras alquilan una bicicleta para la vuelta, y aunque a priori no venga a cuento, les explicamos cómo impuso Parmentier la moda de las patatas. Mandó plantarlas en un campo vigilado por soldados durante el día; si el ejército las protege, pensó la gente, es que deben de ser caras y exquisitas; ahora bien, las patrullas se retiraban a medianoche para que se pudieran robar impunemente. Mutatis mutandis, algo parecido sucedió con el Père Lachaise.

Los parisinos se negaban a inhumar a sus finados en un barrio popular tan alejado, de modo que en 1804 el camposanto sólo gozaba de trece tumbas. Para salir del mal número y mejorar su standing, el alcalde de París adopta el sistema patatero: lleva allí los restos de Heloisa, Abelardo, Molière, La Fontaine... Fue más que suficiente: las familias se ufanaban de enterrar a sus deudos en tan distinguida compañía, y en 1830 ya se contaban 33.000 inquilinos. Buñuel rodó aquí las últimas escenas de El Fantasma de la libertad. Aquellas profanaciones de nichos a cargo de un responsable del orden público no las imaginó don Luis: el militar Francis Bertand había sido sorprendido con las manos en los cadáveres de vírgenes recién enterradas.

Les proponemos una parada delante de la tumba de Federico Chopin, señalada por una lápida con su nombre y apellido. Pegadita a su lado, vemos la de un músico de jazz. Ahí la estela es más imponente y el texto deja chiquito al humilde autor de las Polonesas: Michel Petrucciani. Pianista y compositor. Vanidad, todo es vanidad, incluso post mórtem. Los perros pierden el sentido de la orientación entre cruces y tumbas; dicen que los gatos se cargan de "flujo maléfico", pintiparado para las sesiones de magia negra. Huyen felinos por los caminos del camposanto para huir de la inmolación en algún mausoleo, cuyos más floridos son los de Allan Kardec y Papus.

Papus fue uno de los grandes ocultistas. Nacido en A Coruña, de padre francés y madre vallisoletana, pasó toda su niñez en Galicia, lo cual explica su orientación posterior hacia la brujería, porque si le contaban historias de la Santa Compaña bien preparado estaba para seguir profundizando la nigromancia. La cultura teosófica de Papus era incalculable. Además de las obras de su maestro, leyó los trabajos esotéricos de los hebreos, de los egipcios, de los griegos, de los astrólogos de la Edad Media, de los magnetizadores del siglo XVIII y de los hipnotizadores de la III República. Predijo la muerte de Sadi Carnot, así como la de Félix Faure, aunque no podía imaginar su vertiente deliciosa; vaticinó cómo se lograría la Victoria de Verdún y reveló a Mata Hari qué destino le esperaba.

Todos los 27 de octubre, aniversario del fallecimiento de Papus (que también lo había predicho), unos doscientos ocultistas forman una cadena de unión en torno a sus restos. El 28 de mayo de 1871 se desarrollaron aquí las escenas más alucinantes de la Comuna. Abiertas las espitas de la represión, las tropas versallescas perpetran una matanza de la que se avergüenza la burguesía. Escribe Le Monde Ilustré: "El horrible drama finalizó en el cementerio, como el último acto de Hamlet, entre tumbas abiertas, columnas derribadas, urnas profanadas, estatuas y losas arrancadas, formando una barricada suprema. Lucharon palmo a palmo en un terreno sembrado de coronas de gente inmortal; en la fosa común con huesos hasta los tobillos y hasta en el fondo de nichos familiares, donde la bayoneta atravesaba a los vivos clavándolos con los muertos".

Ahora admiramos el monumento de Victor Noir, un yacente de bronce erigido por una suscripción pública muy merecida. Porque si se mira de bies da la impresión de que Victor está en erección, lo que ha sido suficiente para popularizar la tumba. Más aún, fijándose bien se observa la bragueta lisa y húmeda por los miles de manos y labios que la besan y acarician, algo así como las estatuas en los templos sicilianos. Asegura la tradición que las mujeres estériles adquieren la fertilidad tras un encuentro con la turgencia de Victor, asesinado por un primo de Napoleón III.

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