Crítica:

Estética de la venganza

"Ya llegará el día", repetía con insistencia Ethan Edwards en Centauros del desierto (John Ford, 1956). Perdedor en la guerra civil americana, el personaje interpretado por John Wayne, llegado de ninguna parte para cumplir una misión, era paciente pero a la vez muy constante; sabía que llegaría su jornada de gloria el día en que por fin encontrara a su sobrina, secuestrada años atrás por los indios siendo apenas una niña. Los personajes del cine de Park Chan-wook, como Ethan Edwards, también aguardan su momento para lanzar su implacable revancha y en ellos ha posado su mirada el directo...

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"Ya llegará el día", repetía con insistencia Ethan Edwards en Centauros del desierto (John Ford, 1956). Perdedor en la guerra civil americana, el personaje interpretado por John Wayne, llegado de ninguna parte para cumplir una misión, era paciente pero a la vez muy constante; sabía que llegaría su jornada de gloria el día en que por fin encontrara a su sobrina, secuestrada años atrás por los indios siendo apenas una niña. Los personajes del cine de Park Chan-wook, como Ethan Edwards, también aguardan su momento para lanzar su implacable revancha y en ellos ha posado su mirada el director coreano desde Sympathy for Mr. Vengeance (2002), primer volumen de su trilogía sobre la expiación, completada por Old Boy (2003) y esta Sympathy for Lady Vengeance, que hoy se estrena en España, centrada en la salida de la cárcel, después de más de una década, de una joven acusada de secuestrar y asesinar a un niño.

SYMPATHY FOR LADY VENGEANCE

Dirección: Park Chan-wook. Intérpretes: Lee Yeong-ae, Choi Min-sik, Go Su-hee, Kim Bu-seon. Género: drama. Corea del Sur, 2005. Duración: 120 minutos.

Hay que agradecer al director coreano su constante experimentación, su huida del terreno fácil o ya transitado

Sin embargo, a diferencia no sólo de Centauros del desierto, sino también de recientes clásicos del revanchismo como Sin perdón o Mystic River, ambas de Clint Eastwood, a Chan-wook le interesa mucho más la estética que la ética.

En sus películas se adivina un estrambótico estudio sobre la metodología externa, pero no un discurso elaborado sobre el proceso interno que vive el vengador. Un poco a la manera del Kill Bill de Quentin Tarantino, donde el director traspasa de forma deliberada la frontera del realismo para adentrarse en el territorio del espectáculo sobre la violencia, sobre el ojo por ojo.

Formalmente preciosas, las películas de Chan-wook se han hecho cada vez más elaboradas con el tiempo: efectos de todo tipo para las transiciones entre secuencias; música constante de aire melancólico; miradas de los personajes directamente a cámara interpelando al espectador; particiones de pantalla, ultrarrápidos cambios de luz... Al director coreano, guiado por la elegancia de los movimientos cadenciosos de su steady cam, hay que agradecerle su constante experimentación, su huida del terreno fácil o ya transitado, su reiterada búsqueda de cómo afrontar cada plano de la manera más sugerente.

Una sistemática que le lleva incluso a mezclar continuamente los géneros en una misma película, pasando de la tragedia al thriller, del drama carcelario a la comedia burlesca con, quizá, demasiada facilidad. En el apartado cómico, más ingenuo que negro, más innecesario que relajante, este crítico debe confesar que se siente absolutamente perdido. Sin embargo, cuando el autor se adentra con puño de hierro en el ámbito del thriller de armas tomar, sus tramas punzantes quedan razonablemente aterciopeladas por la introducción de toques de drama social, de desgarrada pasión. Así, a pesar del sanguinolento salvajismo de diversos momentos, cuando son los niños los que llevan el protagonismo de alguna secuencia particularmente atroz, el director posa su mirada con cierta distancia, sin hurgar demasiado en la herida.

Como siempre en las películas de Chan-wook, la historia se bifurca en su primer tercio a través de tramas secundarias que le sirven para apabullar aún más en un tercer acto sangriento, demoledor y despiadado; bellísimo y atroz; aunque quizá un tanto epidérmico e intrascendente. De modo que Sympathy for lady Vengeance se convierte así en un inclemente gran guiñol en el que las motivaciones para la búsqueda de la redención tienen menos importancia que el camino físico elegido para ello.

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