Crítica:

Retorno de un rarísimo

Hace ya 10 años, un joven cineasta que se había dado a conocer con un corto que funcionaba, a la vez, como manifiesto cinematográfico y como brutal viñeta de humor negro -Manualidades (1991)-, debutó en el largo con una comedia desconcertante y cruel que fundamentaba su esquinado sentido del humor en la vergüenza ajena y que parecía profetizar un futuro, que ya es nuestro presente, de famas monstruosas y espectáculos disfuncionales. Mamá es boba (1997) era una película radicalmente moderna, que daba la espalda a la modernidad -y a las academias- y parecía reivindicar un tiempo y ...

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Hace ya 10 años, un joven cineasta que se había dado a conocer con un corto que funcionaba, a la vez, como manifiesto cinematográfico y como brutal viñeta de humor negro -Manualidades (1991)-, debutó en el largo con una comedia desconcertante y cruel que fundamentaba su esquinado sentido del humor en la vergüenza ajena y que parecía profetizar un futuro, que ya es nuestro presente, de famas monstruosas y espectáculos disfuncionales. Mamá es boba (1997) era una película radicalmente moderna, que daba la espalda a la modernidad -y a las academias- y parecía reivindicar un tiempo y una sensibilidad -la de la comedia italiana de posguerra- donde el humor, agrio pero atravesado de lirismo, servía para hacer daño y para hurgar en heridas muy frescas.

UN BUEN DÍA LO TIENE CUALQUIERA

Dirección: Santiago Lorenzo. Intérpretes: Diego Martín, Juan Antonio Quintana, Ana Otero. Género: comedia. España, 2007. Duración: 85 minutos.

El paréntesis abierto hasta la llegada de este segundo trabajo ha sido demasiado largo, pero Santiago Lorenzo se confirma con él como cineasta necesario, raro poeta y delicado orfebre del feísmo. Un buen día lo tiene cualquiera podría ser una versión de El pisito (1958), de Ferreri, para los tiempos de la hipocresía solidaria, la madurez eternamente postergada, el limbo opositor y la política de la vivienda entendida como cuchufleta institucional.

Los actores -a excepción del avasallador Juan Antonio Quin-tana- parecen necesitar urgentes transfusiones de carisma, la producción no se diría pensada en euros, sino en piastras, y Lorenzo ha perdido la aspereza expresiva de antaño para acercarse a una corrección sutilmente puntuada por el encuadre desconcertante o la decoración abismal, pero todo ello conspira para convertir esta aparente comedia (cruel) de costumbres en una inspiradísima, inclasificable obra de arte anómalo.

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